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Quetzalcóatl

El mito de Quetzalcóatl

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El mito de Quetzalcóatl

Dentro de la mitología de distintas culturas mesoamericanas, como la tolteca, la maya, la olmeca, la azteca, la mexica y la teotihuacana, Quetzalcóatl es el principal dios del panteón. Se destaca por ser el dios de la sabiduría, el conocimiento, la vida, la luz y la fertilidad, siendo además patrón de los vientos y el día. Dada que su presencia se extiende por distintos cultos, sus atribuciones varían de un lado al otro, aunque no ocurre lo mismo con su importancia. El nombre de Quetzalcóatl puede traducirse como “serpiente emplumada”, pues está conformado por los vocablos náhuatl quetzal, que traduce “pluma” y cōātl, que traduce “serpiente”.

En la mitología mexica, Quetzalcóatl es hijo de los dioses del origen, Tonacatecutli y Cihuaoatl, teniendo por hermanos a Xipe-Tótec, Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Su manifestación es la del Tezcatlipoca Blanco, la manifestación antropomorfa de la serpiente emplumada. Si bien no se pueden encontrar esculturas de este dios como ser humano, sí se pueden encontrar representaciones en el Códice Borbónico, el Códice Borgia, el Códice Telleriano-Remensis y el Códice Xólotl. Además, varios templos se pueden encontrar templos dedicados a Quetzalcóatl en Tenochtitlan, Teotihuacan y Xochicalco, entre otros lugares de México y Centroamérica.

Las representaciones más antiguas que se tienen de la serpiente emplumada fueron hechas por la cultura olmeca entre los siglos XV y V a. C. Un ejemplo de estas se puede encontrar en el Monumento 19 de la zona arqueológica de La Venta, donde se ve la serpiente dibujada como relieve sobre un muro

. Esta zona arqueológica se encuentra donde anteriormente estuvo el mayor asentamiento de esta civilización. Por esto se pueden encontrar ruinas de distintos monumentos, aunque, dado que sólo hay uno en el que aparece la serpiente emplumada, autores como Richard Diehl creen que no fue una figura relevante dentro de la cosmovisión olmeca. Aun así, este dios sobrevivió en otras culturas hasta la llegada de los españoles.

Según indican los sabios y los estudios etnológicos, la naturaleza doble de Quetzalcóatl simboliza lo terrenal, en tanto serpiente, y lo espiritual y divino, en tanto está emplumada. Es por esta razón que se utilizaba el título de “Quetzalcóatl” a los sacerdotes supremos dentro de la religión tolteca, pues eran los mediadores entre los dioses y los seres humanos. Además, se conocen con el nombre de Quetzalcóatl a Ce Ácatl Topiltzin, antiguo gobernante de la ciudad de Tula, el cual vivió entre el año 895 y el 947, según reza el Memorial Breve de Culhuacán. Este rey se caracterizó por llevar un gobierno lleno de paz, sabiduría y desarrollo de las artes. No obstante, dado que decidió reemplazar los sacrificios humanos con liberación de mariposas y aves, fue presionado para dejar su cargo y tuvo que exiliarse en el este de México, desde donde prometió que volvería algún día. Así, llegó a las playas de Veracruz y desapareció cuando tenía 52 años.

Además de todas sus funciones, los aztecas le atribuían el descubrimiento del maíz. Anteriormente, estos sólo se alimentaban de la carne de los animales que cazaban y de los frutos y raíces que encontraban por ahí.

De tal manera que no conocía el maíz, un alimento muy nutritivo que se encontraba oculto detrás de las montañas. Luego de que fueron requeridos por los aztecas, los antiguos dioses emplearon todas sus fuerzas para mover las montañas y separarlas con el fin de alcanzar el dichoso cereal, pero no lo consiguieron. Luego de que Quetzalcóatl, dios de la serpiente emplumada, llegara a la ciudad de los aztecas, estos le pidieron que obtuviera el maíz por ellos. Él aceptó, gustoso de demostrar su inteligencia y habilidad.

Quetzalcóatl, a diferencia de los otros dioses, no se esforzó en mover las montañas con fuerza bruta, sino que hizo uso de su gran astucia. Se convirtió a sí mismo en una hormiga negra y, siendo acompañado por una hormiga roja, se adentró en la espesa montaña. Durante el camino tuvo que sortear todo tipo de dificultades, pero pudo superarlas al recordar que todo lo hacía por su pueblo y la necesidad que tenían de obtener el maíz. Así, pese a los problemas y al cansancio, Quetzalcóatl finalmente llegó al lugar donde estaba el maíz. Siendo todavía una hormiga, tomó con su mandíbula un grano de una mazorca y emprendió el viaje de regreso. Luego de sortear las mismas dificultades que había tenido a la ida, pero superándolas todas con astucia y convicción, el dios llegó hasta los aztecas con lo que les había prometido.

Después de agradecerle debidamente por su esfuerzo, los aztecas tomaron el grano de maíz y lo sembraron en la tierra. Regándolo a lo largo de varios días, la planta creció y les otorgó por fin lo que tanto había esperado, el ansiado maíz. Luego de esto, pudieron cosechar este alimento en distintas partes de su territorio, con lo cual incrementaron su riqueza y aumentaron su propia fuerza. Gracias a esto, pudieron construir ciudades, templos, palacios y demás construcciones y obras de ingeniería. Como el maíz les había traído la prosperidad y la felicidad, los aztecas siempre estuvieron agradecidos con Quetzalcóatl, su amigo entre los dioses y aquel que le había traído el maíz.

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Dios del maíz

El mito del dios del maíz

Codex Fejérváry-Mayer [Public domain], via Wikimedia Commons

El mito del dios del maíz

El maíz fue el alimento más importante para las culturas mesoamericanas prehispánicas. Por esta razón, cada cual tenía dioses, mitos y leyendas consagradas a este alimento. Por ejemplo, en la cultura mexica, el dios del maíz es Centeotl. En algunas ocasiones se le mencionaba como un dios dual, es decir, con una identidad que oscilaba entre lo femenino y lo masculino. Así, si se hacía referencia a su parte masculina se hablaba de Cintéotl o Centeotltecuhtli; mientras que si se hacía referencia a su lado femenino se hablaba entonces de Chicomecóatl o Centeotlcíhuatl. En el primer caso, el vocablo náhuatl tecuchtli se puede traducir como “señor”; en cambio, en el segundo caso, el vocablo cíhuatl se puede traducir como “mujer”. Entre tanto, la palabra Cintéotl está conformada por los vocablos centli, que quiere decir “mazorca de maíz” y teotl, que quiere decir “dios” o “diosa”.

Según afirman algunas fuentes, este dios era hijo de Plitzintecuhtli, dios del clima; y Xochiquétzal, la joven diosa del placer, la belleza y la sexualidad, así como patrona de los tejedores, los partos, los joyeros, los bordadores, los artistas, los escultores y los artesanos. Sin embargo, otros autores creen que Xochiquétzal era su esposa. Una leyenda reza que, después de su nacimiento, Centéotl sintió la necesidad de esconderse bajo tierra. Por esta razón, las distintas partes de su cuerpo se transformaron en diversos alimentos y productos agrícolas. Así, su cabello se hizo algodón; sus dedos, camotes; sus uñas, maíz alargado; sus ojos, semillas; su nariz, chía; etc. Es por esta razón que las cosechas del cuarto mes del año, el Huey tozoztli, se celebraban con rituales y sacrificios en su honor. Tanta era la adoración que le tenían los aztecas a esta deidad, que le conocían como Tlazohpilli, que quiere decir “Dios amado”.

Además de esta leyenda, también tiene participación en el mito de Nanahuatzin, pues quien le recomienda al dios homónimo que se lance como sacrificio al volcán. Según el calendario azteca, del cual quedó registro en la conocida “Piedra del Sol”, los totonacas veneraban a la diosa Centéotl en el tercer, octavo y undécimo mes del año. En este ritual, que tenía lugar en los templos que se le habían construido en su honor, se sacrificaban tórtolas, conejos y codornices, entre otros animales, pues se creía que no le agradaban los sacrificios humanos. Por su parte, los aztecas sí hacían sacrificios humanos, los cuales eran bastante crueles y sangrientos. Así, se sacrificaban los prisioneros y los jóvenes más bellos y saludables, sometiéndolos a inmolaciones, ahogamiento, descuartizamiento e inanición. Por otro lado, entre el 28 de junio y el 14 de julio se realizaba la ceremonia “Xalaquia”, donde una esclava con la cara pintada de rojo y amarillo (colores del maíz) danzaba hasta al anochecer, cuando era finalmente sacrificada.

Por su parte, los aztecas tenían otro mito para explicar el origen del maíz. Cuentan los antiguos, que antes de que Quetzalcóatl viniera a la tierra, los aztecas sólo se alimentaban de la carne de los animales que cazaban y de los frutos y raíces que encontraban por ahí

. De tal manera que no conocían el maíz, un alimento muy nutritivo que se encontraba oculto detrás de las montañas. Luego de que fueron requeridos por los aztecas, los antiguos dioses emplearon todas sus fuerzas para mover las montañas y separarlas con el fin de alcanzar el dichoso cereal, pero no lo consiguieron. Luego de que Quetzalcóatl, dios de la serpiente emplumada, llegara a la ciudad de los aztecas, estos le pidieron que obtuviera el maíz por ellos. Él aceptó, gustoso de demostrar su inteligencia y habilidad.

Quetzalcóatl, a diferencia de los otros dioses, no se esforzó en mover las montañas con fuerza bruta, sino que hizo uso de su gran astucia. Se convirtió a sí mismo en una hormiga negra y, siendo acompañado por una hormiga roja, se adentró en la espesa montaña. Durante el camino tuvo que sortear todo tipo de dificultades, pero pudo superarlas al recordar que todo lo hacía por su pueblo y la necesidad que tenían de obtener el maíz. Así, pese a los problemas y al cansancio, Quetzalcóatl finalmente llegó al lugar donde estaba el maíz. Siendo todavía una hormiga, tomó con su mandíbula un grano de una mazorca y emprendió el viaje de regreso. Luego de sortear las mismas dificultades que había tenido a la ida, pero superándolas todas con astucia y convicción, el dios llegó hasta los aztecas con lo que les había prometido.

Después de agradecerle debidamente por su esfuerzo, los aztecas tomaron el grano de maíz y lo sembraron en la tierra. Regándolo a lo largo de varios días, la planta creció y les otorgó por fin lo que tanto había esperado, el ansiado maíz. Luego de esto, pudieron cosechar este alimento en distintas partes de su territorio, con lo cual incrementaron su riqueza y aumentaron su propia fuerza. Gracias a esto, pudieron construir ciudades, templos, palacios y demás construcciones y obras de ingeniería. Como el maíz les había traído la prosperidad y la felicidad, los aztecas siempre estuvieron agradecidos con Quetzalcóatl, su amigo entre los dioses y aquel que le había traído el maíz.

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Otontecuhtli

Huehueteotl

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El mito de Otontecuhtli

Dentro de la mitología azteca, Otontecuhtli era el dios del fuego, el tiempo y la sabiduría. Este se le relacionaba con el calendario solar y el inframundo, pues se decía que en los sacrificios en su honor, conocidos como Xocotl Uetzi, las almas de los guerreros y los sacrificados lo acompañaban alrededor en su forma de sol en el desarrollo del día y luego descendían con él a la tierra. A este dios se le representaba con bandas negras que le cruzaban la cara a la altura de la boca y los ojos, el cabello hecho de papel con una obsidiana en forma de mariposa, una flecha de cactus sobre una mano, y campanillas y cascabeles atadas a los tobillos.

Además de esta forma antropomórfica, se creía que el dios Otontecuhtli se manifestaba bajo la forma de un pájaro xocotl, que se puede traducir como “aquel que cae”. Por esta razón esta ave representaba a los muertos y su tránsito o caída hacia el inframundo

. Además de esto, Otontecuhtli era el patrón de la ciudad de Xocotitlán, la ciudad más importante de los mazahuas, un grupo étnico otomí. Estos gozaban en el mundo mesoamericano de estar estrechamente relacionados con el fuego y el mundo al que iban los muertos.

Para los otomíes, Otontecuhtli debía ser adorado con un ritual cada 19 de marzo, día en que comenzaba la siembra de maíz, el mayor producto de esta cultura. Dicho ritual consistía en adornar con flores de jarilla el horno de la casa, la cual debía estar impecable para la ocasión, para después quemar una cruz amarilla hecha de estas flores también. En otra temporada del año, también se hacían peregrinaciones a la cueva de Chiapan y a otros templos dedicados a este dios.

Este dios se le representaba como un anciano sin dientes, encorvado, con barba y muchas arrugas, el cual llevaba ua gran brasero sobre su espalda o sobre su cabeza. Esta representación parte de la idea de que era una persona mayor y muy sabia. Más allá de la cultura azteca, Otontecuhtli puede encontrarse en otras culturas bajo la forma de otros dioses similares. Así, en estas distintas civilizaciones adoptaba los siguientes nombres:

  • Ixcozauhqui, que traduce “el que tiene color amarillo en la cara”.
  • Cuezalin, que traduce “el que tiene la pluma roja”.
  • Nahui Acatl, que traduce “cuatro caña”.
  • Milintica, que traduce “el ondulado”.
  • Tzoncozahuiztica, que traduce “el de cabellos amarllentos”.
  • Tlamacazqui, que traduce “el sacerdote amarillo”.
  • Nauhyotecuhtli, que traduce “el señor del conjunto de cuatro”.
  • Chicnauhyotecuhtli, que traduce “el señor del conjunto de nueve”.
  • Tzoncoztli, que traduce “cabellos amarillos”.
  • Tlahuizcalpantecuhtli, que traduce “el señor que vive en la casa del crepúsculo”.
  • Tocenta, que traduce “nuestro padre único”.
  • Teyacancatzin Totccuyo, que traduce “nuestro venerable señor que guía a los otros”.
  • Ocopilli, que traduce “el noble del pino”.
  • Ocotecuhtli, que traduce “el señor del pino”.
  • Otontecuhtli, que traduce “el señor de los otomíes”.
  • Huehueteotl, que traduce “dios viejo”.
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Serpiente emplumada

El mito de la serpiente emplumada

Giovani V [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons

La leyenda de la serpiente emplumada

Dentro de la mitología de varias culturas prehispánicas de Mesoamérica, la serpiente emplumada era una divinidad y un símbolo de diferentes dioses, principalmente de Quetzalcóatl, dios de la luz, la vida, la fertilidad, la sabiduría y el conocimiento. Razón por la cual era dios principal de las civilizaciones tolteca, maya, teotihuacana, olmeca y mexica. En un comienzo, fue una deidad que solamente estaba asociada al agua, pero que más tarde consiguió todo tipo de atribuciones, variando estas de cultura en cultura.

Las representaciones más antiguas que se tienen de la serpiente emplumada fueron hechas por la cultura olmeca entre los siglos XV y V a. C. Un ejemplo de estas se puede encontrar en el Monumento 19 de la zona arqueológica de La Venta, donde se ve la serpiente dibujada como relieve sobre un muro. Esta zona arqueológica se encuentra donde anteriormente estuvo el mayor asentamiento de esta civilización. Por esto se pueden encontrar ruinas de distintos monumentos, aunque, dado que sólo hay uno en el que aparece la serpiente emplumada, autores como Richard Diehl creen que no fue una figura relevante dentro de la cosmovisión olmeca.

Mientras tanto, en Teoithuacan la serpiente emplumada fue uno de las deidades más importantes. Esta se puede encontrar representada en pinturas, esculturas y cerámicas de toda la ciudad. De hecho, unas de las construcciones más importantes de esta civilización era el Templo de Quetzalcóatl, cuyos restos se pueden encontrar en el yacimiento arqueológico de Teotihuacan. Este templo está conformado por diferentes módulos puestos uno sobre otro, cada uno con decorados que aluden a la mítica serpiente emplumada.

Por su parte, los mixtecos consideraban que la serpiente emplumada era un brujo que podía convertirse en animal a voluntad propia, siendo el héroe cultural de esta civilización. Dado que se le consideraba una persona, tenía el nombre de Coo Dzahui, que en idioma mixteco se puede traducir como “serpiente de lluvia”. También se le conocía como Nueve Viento, su nombre calendárico. De tal forma que, según narra el Códice Vindobonensis, Coo Dzahui subió al cielo y los dioses Uno Ciervo le otorgaron las insignias con las cuales fue reconocido como dios dentro del panteón mixteco. Después de esto, bajó a la tierra para instruir a los seres humanos y ayudarlos a desarrollar su civilización. A pesar de que era un dios agrícola relacionado con Dzahui, se le veneraba dentro de cavernas. Además de esto, se creía que era el ancestro de los linajes nobles, los ñuu.

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