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Leyenda

Tepoztón

La leyenda de Tepoztón

Guido Reni [Public domain], via Wikimedia Commons

La leyenda de Tepoztón

Según cuentan los antiguos, los dioses que habitaban en las nubes tenían muchas ocupaciones. Estos son los encargados de enviar la lluvia sobre la tierra cuando es el momento indicado, para que pueden crecer adecuadamente las cosechas y para que las personas tengan con qué alimentarse. También son seres muy sabios y les comunican a los mortales todos los descubrimientos que hacen. Así, les enseñaron a los mexicanos a construir carreteras, a tejer sus vestidos y a cultivar alimentos que antes no conocían. Cuando tienen mucho que hacer, a veces estos dioses se reúnen para jugar a la pelota o para fumar de sus pipas. Así, en una de estas ocasiones cuando no tenían qué hacer, se encontraron con que uno de los dioses más jóvenes estaba triste y aburrido. Cuando le preguntaron que qué le pasaba, respondió que quería un hijo.

Todavía con su deseo en la mente, el dios bajó a la tierra y caminó entre los mortales sin que nadie sospechara de su identidad divina. Así descubrió un arroyó entre la maleza de la selva y en él vislumbró a una hermosa mujer que se encontraba llenando un cántaro. Luego de verse el uno al otro, se sintieron enamorados y pronto construyeron una vida juntos, teniendo un hijo. Pese a que el dios se sentía completamente feliz junto a su hijo y su esposa, tenía la obligación de volver a las nubes, pues tenía muchas cosas por hacer: controlar las lluvias, regular los vientos, impedir la sequía. Si no lo hacía, la cosecha se echaría a perder y su familia terminaría muriendo de hambre tarde o temprano. Entonces se despidió y se marchó hacia el cielo, dejando en el lugar de su ascensión una hermosa piedra verde. Entonces la mujer la tomó, le abrió un hueco y se la colgó al pequeño en el cuello.

Como se encontraba sola y no podía valerse por sí misma, la mujer volvió junto a su hijo con sus padres. Estos no la quisieron de vuelta y comenzaron a planear el asesinato del pequeño porque les parecía una deshonra que no tuviera padre. Enterada de todo esto, la mujer escapó en medio de la noche con su hijo. Corrió y corrió a través del campo, alejándose cada vez más del lugar donde no era bienvenida. Y cuando por fin halló un lugar seguro, dejó al pequeño, que dormía pese a la agitación de la carrera, sobre una planta frondosa. Tras esto, volvió envuelta en lágrimas con sus padres, quienes pensaron que ella misma había asesinado a su hijo. Al día siguiente, la mujer volvió con el pequeño y descubrió que la planta lo había protegido del sol, curvando sus hojas sobre él, y lo había alimentado, vertiéndole un líquido lechoso en la boca. Después, la mujer lo dejó sobre un hormiguero, y al día siguiente descubrió cómo las hormigas le habían construido una cama con pétalos de rosa y cómo le proporcionaban miel en sus labios. Finalmente, la mujer, temerosa de que sus padres pudieran descubrirlo, decidió meter a su hijo en una caja y lanzarlo al río.

Empujado por la corriente, la criatura llegó a la casa de una pareja de pescadores que estaba deseosa de tener un hijo. Al ver que el niño llevaba una piedra en su cuello que sólo se obtenía en las montañas, decidieron llamarlo Tepoztón, que quiere decir “niño de la montaña”. Bajo el cuidado de sus nuevos padres, el niño creció sano y fuerte, y a los seis años comenzó a cazar en los bosques. Así, volvía en las tardes con todo tipo de animales que servían en la cena. La pescadora sospechaba que el niño tuviera poderes mágicos, pues tenía habilidades que otros niños no tenía. Pero además de eso, no le tenía miedo al gigante devorador, un monstruo que iba por todo México, de ciudad en ciudad, comiéndose a las personas. En las ciudades habían hecho el trato de darle una víctima para que no comiera más gente; y así llegó a la ciudad de los pescadores, donde el padre adoptivo de Tepoztón se ofreció como sacrificio. Viendo esto, Tepoztón se ofreció a ir en su lugar, asegurando que él le daría caza al gigante. Entonces antes de que se lo llevaron los guardias de la ciudad hasta el palacio del dragón, les dijo a sus padres que encendería una hoguera para avisarles de su estado: si el humo era blanco, es porque estaba bien; si era gris, es porque estaba en peligro; si era negro, es porque estaba muerto.

Mientras llegaba al palacio, Tepoztón fue recogiendo todas las piedras volcánicas que vio en el camino. Así, llegó cargado de piedras donde el gigante, quien se mostró decepcionado por el alimento tan pequeño que iba a consumir. Este puso a hervir agua en una olla gigante y metió al niño en ella. Al cabo de un rato, quitó la tapa y se asomó a ver cómo estaba quedando su comida, y se dio cuenta de que, en lugar del niño, había un enorme y salvaje tigre. Asustado por el rugido de este, puso nuevamente la tapa y esperó un poco más. Al rato, volvió a levantar la tapa y se encontró con una serpiente; entonces tapó la olla de nuevo. Finalmente, agobiado por el hambre, pensó que comerse la serpiente no estaba tan mal, así que destapó la olla de nuevo; pero esta vez sólo estaba el niño, que se río del gigante. Furioso por ello, tomó al niño y se lo metió a la boca. El humo de la hoguera entonces se volvió gris oscuro; sus padres rompieron en llanto.

Dentro de la boca del gigante, Tepoztón se lanzó por la garganta y cayó en el estómago del monstruo. Entonces sacó las piedras volcánicas que traía y abrió un enorme hueco entre las tripas del devorador. Acosado por el dolor, el gigante mandó a llamar a un médico. Mientras este llegaba, el niño siguió y siguió perforando las entrañas, hasta que alcanzó la luz del exterior. Cuando salió por esta, se dio cuenta de que el gigante había muerto. Así que el humo de la hoguera se hizo blanco. Como el pueblo estaba totalmente agradecido por haber acabado con aquel monstruo, lo nombraron rey del lugar. Así, pasó el resto de su vida en el palacio, jugando entre las nubes de vez en cuando con su verdadero padre y ayudando a las personas más necesitadas. Mientras hay quienes creen que ahora está en las nubes, otros creen que anda entre la tierra ayudando a los demás.

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Ríos, cárceles y demonios: la gran variedad de leyendas mexicanas

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Foto: Cultura Colectiva

Leyendas mexicanas

No cabe duda de la riqueza cultural de México, se puede ver reflejada sin ningún problema en las tradiciones y las costumbres, los lugares y las comidas. En todos los aspectos hay un pedacito del país y un punto que no se puede dejar pasar desapercibido es que también las leyendas e historias son abundantes en el territorio tricolor.

Ante la gran variedad de culturas y tradiciones que se juntan en México, para nadie es una sorpresa que las grandes leyendas que se cuentan en las regiones del país tengan infinidad de escenarios: ríos, cárceles, puentes, callejones, los volcanes y su cuento de amor, y hasta casinos.

Contar solamente tres de las leyendas más sonadas del país podría ser injusto ante la gran variedad de historias que se cuentan, pero aquí hay tres de las leyendas más populares.

La llorona

Foto: Espinof

Difícilmente hay algún mexicano que no haya escuchado hablar sobre la llorona y su escalofriante grito. No todos pueden relatar la experiencia paranormal de oírla, pero en esencia todos imaginan la forma en la que suena.

La leyenda cuenta que la Llorona es una mujer que deambula por las calles de la Ciudad de México en busca de los hijos que ella misma asesinó en una noche cuando todavía se recorrían las calles de la Nueva España.

Hay un sinfín de versiones de esta historia, se podría decir que prácticamente en cualquier ciudad por la que cruce un ruido, hay quienes juran haberla escuchado, pero en esencia, la historia es la misma.

Una mujer se enamoró de un caballero y se volvieron amantes, sin embargo, cuando ella pidió formalizar, él se negó debido a que era un hombre de la alta sociedad y no estaría bien visto.

Ciega de la ira, la mujer llevó a sus hijos a la orilla del río que estaba cerca de su casa y los asesinó con un puñal.

A partir de entonces no se supo más de ella, hasta la fecha hay quienes juran haberla escuchado, otros tantos aseguran observar a una bella mujer vestida de blanco, lo único que coincide de las historias es el aterrador grito que emana: ¡Ay, mis hijos!

El casino del diablo

Foto: elfonografo.mx

En la zona norte del país hay una historia que le pone los pelos de punta a cualquiera. El Casino de la Colonia Country Club se encuentra actualmente abandonado y sus ruinas se pueden visitar sin ningún problema, aunque se cuenta que ahí se hacen rituales satánicos. Todo se debe a que en los años 60 hubo un suceso que hizo que el inmueble sea conocido como el Casino del Diablo.

La leyenda cuenta que un 31 de diciembre de 1950 se daría un gran baile en el mencionado casino y todos los jóvenes se entusiasmaban por asistir, especialmente las muchachas que pasaban horas arreglándose para bailar toda la noche con algún chico.

Una jovencita Linda, quien tenía 16 años, se arregló de tal suerte que sería la más bonita en el gran baile, pero se encontró con la negativa de sus padres para dejarla ir al recinto.

El enojo de Linda la hizo tomar la decisión de ir al baile a pesar de la decisión de sus padres, se escapó por la ventana de su cuarto y se fue con sus amigos que ya la esperaban fuera.

Una vez en el baile todos querían estar una pieza con ella, pero ella solo aceptó a un joven de cabello negro y grandes ojos. A la media noche, Lina comenzó a sentir mucho calor, como si la quemara la espalda. Después de bailar con el muchacho comenzó a oler a azufre y en el centro de la pista notaron que el joven que bailaba con Linda tenía una para de gallo y otra de cabra.

El fuego se adueñó del lugar y nadie supo más nada de Linda o el caballero con el que bailó, muchos dicen que de la impresión fue internada, otros dicen que se fue con el diablo. Lo único seguro es que el casino no volvió a abrir sus puertas.

La mulata de Córdoba

Foto: Yahoo Noticias

Por allá del año 1618 en la Villa de Córdoba en la Vera Cruz o Verdadera Cruz, se hablaba de una hermosa mujer cuyo origen nadie conocía, solo se sabía su belleza y que todos se sentían atraídos hacia esa dama que tenía sangre negra y española, una preciosa mulata.

Algunas personas decían que era conocedora de la medicina, que incluso conjuraba tormentas y predecía sucesos naturales, incluso que era capaz de curar las más grandes enfermedades de la época solamente con yerbas.

Mucha gente crédula afirmaba que la mulata tenía un pacto con el mismo demonio y que tenía poderes mágicos, es por ello que la Santa Inquisición la apresó y la envío a San Juan de Ulúa.

Un día en la prisión le solicitó al carcelero un trozo de carbón y cuentan que la mujer dibujó un barco de grandes velas desplegadas al viento. Ante la sorpresa del guardia ella subió a la nave y desapareció.

Del policía solamente quedó un hombre en la locura que fue encontrado al día siguiente con el calabozo vacío y la razón completamente perdida.

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Vera Cruz

La leyenda de la Vera Cruz

Piero della Francesca [Public domain], via Wikimedia Commons

La leyenda de la Vera Cruz

La Vera Cruz, también conocida como Santa Cruz o la Verdadera Cruz, es la cruz de madera en la que fue crucificado Jesús de Nazaret. Esta es considerada por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa como una de las reliquias más importantes, pues sirve de testimonio de la existencia y de la pasión de Cristo. Según narra la Biblia, Jesús fue crucificado en el Gólgota (Monte del Calvario) junto a dos ladrones: Dimas (el bueno) y Gestas (el malo). Luego de su muerte, fue descolgado y su cuerpo fue entregado a María, María Magdalena, José y Nicodemo. Entretanto, parece que la cruz desmantelada y enterrada en el mismo lugar, donde después se erigiría un Templo a Venus.

Según cuenta la leyenda, Santa Elena, madre del emperador Constantino y famosa por su piedad, peregrinó hacia Tierra Santa en el siglo IV. Este viaje lo hizo con la intención de ir al monte Calvario (Gólgota) y recuperar la cruz de Cristo y los restos de los Reyes Magos. La búsqueda de estos últimos tuvo éxito, por lo cual los envió a la Catedral de Colonia, donde se conservan junto a los restos del Apóstol Matías. En cuanto a la cruz, tuvo que demoler el templo de Venus que se encontraba en el lugar y dedicar todo el esfuerzo de sus hombres a excavar el lugar. Finalmente, la cruz fue encontrada y, por sugerencia del obispo Macario I, mandó a erigir un templo en aquel lugar (la Basílica del Santo Sepulcro) y uno más en el monte de los Olivos. Entretanto, la cruz fue conservada entonces en Jerusalén.

En el año de 451, el concilio de Calcedonia ascendió a Patriarcado a la diócesis de Jerusalén, que fue constituida en el año 30 d. C. De esta manera, luego del cisma de Oriente, el Patriarcado quedó en manos de la Iglesia Ortodoxa Griega. No obstante, en el 614 Jerusalén cayó en las manos de los persas, quienes atacaron la ciudad bajo el mando del persa Cosroes II en 614. Estos gobernaron en Jerusalén hasta 1099, cuando tuvo lugar la Primera Cruzada. El llamado a la guerra fue hecho por el Papa Urbano II, al que acudieron las fuerzas del Sacro Imperio Romano, la República de Génova, el Reino de Inglaterra, Lotaringia, Tarento, el Imperio Bizantino, el Ducado de Apulia, Blois, el Reino de Cilicia, Boulogne, Provenza, Flandes, Normandía, Bearne, Vermandois y Le Puy-en-Velay. Así, se instauró el Reino de Jerusalén, que sobrevivió hasta 1187, cuando fue invadido por los ayubíes al mando de Saladino. Sin embargo, la cruz fue llevada a Europa por los templarios.

Después de estos hechos, no se tienen testimonios verificados sobre el paradero de la Vera Cruz, al menos completa. Por el contrario, se diversificaron supuestos fragmentos y astillas de esta en toda Europa. El mismo Calvino llegó a decir que con toda la madera de esas supuestas cruces se podría construir un barco. No obstante, el historiador Charles Rohault de Felury, luego de estudias todos los registros que se habían hecho en la época medieval de las partes de la Vera Cruz, llegó a la conclusión en 1870 de que, juntas, no sumaban ni la tercera parte de las dimensiones reales de la cruz, que era de tres metros. En la actualidad, diferentes iglesias de todo el mundo afirman tener un fragmento de la Vera Cruz, como la Abadía de Heiligenkreuz (Austria), la Iglesia de San Francisco (Popayán, Colombia) y templos y museos de España, Honduras, Guatemala, México, Costa Rica, Chile, Perú y Nicaragua.

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Cruz de Caravaca

La leyenda de la cruz de Caravaca

From Pixabay

La leyenda de la cruz de Caravaca

La Cruz de Caravaca, según afirma la tradición cristiana, es la cruz en la que fue crucificado Cristo, por lo cual se conserva como una reliquia de la Iglesia Católica. En la actualidad, se conserva dentro de un relicario un fragmento con forma de cruz patriarcal, con un doble juego de brazos horizontales (el inferior de diez centímetros y el superior de siete centímetros) y una sola viga vertical de diecisiete centímetros. Este se encuentra en la Basílica del Real Alcázar de la Vera Cruz, en la ciudad de Caravaca de la Cruz, en la región de Murcia, España. Por la leyenda que la soporta, esta reliquia es considerada como patrimonio religioso de la Cofradía de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca.

Según cuenta la leyenda, Santa Elena, madre del emperador Constantino y famosa por su piedad, peregrinó hacia Tierra Santa en el siglo IV. Este viaje lo hizo con la intención de ir al monte Calvario (Gólgota) y recuperar la cruz de Cristo y los restos de los Reyes Magos. La búsqueda de estos últimos tuvo éxito, por lo cual los envió a la Catedral de Colonia, donde se conservan junto a los restos del Apóstol Matías. En cuanto a la cruz, tuvo que demoler el templo de Venus que se encontraba en el lugar y dedicar todo el esfuerzo de sus hombres a excavar el lugar. Finalmente, la cruz fue encontrada y, por sugerencia del obispo Macario I, mandó a erigir un templo en aquel lugar (la Basílica del Santo Sepulcro) y uno más en el monte de los Olivos. Entretanto, la cruz fue conservada entonces en Jerusalén.

En el año de 451, el concilio de Calcedonia ascendió a Patriarcado a la diócesis de Jerusalén, que fue constituida en el año 30 d. C. De esta manera, luego del cisma de Oriente, el Patriarcado quedó en manos de la Iglesia Ortodoxa Griega. No obstante, en el 614 Jerusalén cayó en las manos de los persas, quienes atacaron la ciudad bajo el mando del persa Cosroes II en 614. Estos gobernaron en Jerusalén hasta 1099, cuando tuvo lugar la Primera Cruzada. El llamado a la guerra fue hecho por el Papa Urbano II, al que acudieron las fuerzas del Sacro Imperio Romano, la República de Génova, el Reino de Inglaterra, Lotaringia, Tarento, el Imperio Bizantino, el Ducado de Apulia, Blois, el Reino de Cilicia, Boulogne, Provenza, Flandes, Normandía, Bearne, Vermandois y Le Puy-en-Velay. Así, se instauró el Reino de Jerusalén, que sobrevivió hasta 1187, cuando fue invadido por los ayubíes al mando de Saladino. Sin embargo, la cruz fue llevada a Europa por los templarios.

De esta forma, la Cruz de Caravaca, hecha con la madera de la Vera Cruz (Lignum crucis, como se conoce a esta madera legendaria), cayó en manos del emir Ibn Hud, que gobernaba sobre Al-Andalus. La leyenda dice que un grupo de prisioneros cristianos llegó a la ciudad de Caravaca

. El emir Ceyt Abuceyt le dijo al sacerdote que iba con ellos que celebrara una misa, pero este no tenía cruz. Sin embargo, luego de decir esto, un par de ángeles le entregaron la Cruz de Caravaca. Once años después, Caravaca fue conquistada por Fernando III y la cruz pasó a su poder, convirtiéndose en el emblema de sus fuerzas y del mundo hispano no islámico. La cruz fue atesorada durante muchos años y protegida de su robo, como ocurrió durante la invasión napoleónica; aunque de todas maneras fue hurtada en 1934. Después de la Guerra Civil, el papa Pío XII la devolvió en 1942 y su culto se extendió por otros países de Europa.

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