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Leyenda

El Llano del Diablo

El desierto del diablo

Kevin Jones [CC BY 2.0], via Wikimedia Commons

La leyenda del Llano del Diablo

Según se cuenta, un grupo de guerrilleros se encontraba deambulando por un llano seco e inhóspito en busca de un rancho o un lugar donde descansar. Junto a ellos iba el comandante de la guerrilla, cabalgando sobre un caballo fino, la camisa roja y el sombrero bordeado de oro y plata, el sarape entre las piernas y la pistola en la cinta. En medio del polvo se veían las banderas rojas ondeando en el aire y se escuchaba de vez en cuando el canto de algún compañero cansado. Tras de los hombres, van quedando las huellas de sus caballos y una estela de polvo que se desvanece en la nada. Al rato, uno de los caballos relincha al sospechar próxima una morada, y un perro le contesta en la lejanía con un ladrido. Estando más cerca, las personas del rancho salen y se encuentran a los combatientes. Por fin pueden descansar.

Caída la noche, se enciende una hoguera frente al rancho y los soldados se miran las caras agotadas. Poco a poco se van animando y cada uno canta una canción sobre lo que tiene dentro: amores perdidos, ausencias de seres queridos, luchas que no acaban. A medida que se apagan las voces y el brillo de la fogata, se desliza entre la maleza el gemido del viento. Los guerrilleros están tendidos sobre el suelo durmiendo, salvo un vigía que permanece alerta. Y es entonces cuando un rumor rompe el silencio y comienza a acrecentarse a medida que va acercándose. El vigía tiene miedo y quiere despertar a sus compañeros, pero el ranchero lo detiene. Sabe qué es lo que produce tal ruido, lo ha oído antes. Con una mano sujeta el brazo del soldado y con la otra le señala el camino junto al rancho, por el cual se ve un caballo desbocado. Su carrera es tan salvaje, que desprende la maleza de la tierra y lanza chispas al aire cuando sus cascos chocan contra las piedras de la tierra. Al cabo de un tiempo, el animal desaparece en el horizonte.

El guerrillero tiembla de miedo y el ranchero recuerda que él también sintió pavor la primera vez; pero poco a poco, todos los pobladores de la llanura se acostumbraron a esa bestia y la apreciaban ahora con calma. Para que no olvidara lo que había pasado, el ranchero le contó la historia que a él mismo le habían contado antes. Hace mucho tiempo, aquel valle desolado y desértico en el que estaban era un campo lleno de flores, árboles frutales y hermosos animales silvestres. El suelo desértico era por aquel entonces verde y estaba atravesado por varios ríos cristalinos. A aquel paraíso vinieron un viejo pastor y su bella hija, quienes construyeron una casa donde vivir en cuestión de días, como si se tratara de magia. Lo mismo pasó con sus ovejas, que pasaron de ser pocas a muchas. Esto se debía a que el viejo era amigo de las brujas del lugar, de las cuales se podía escuchar sus carcajadas en las noches más silenciosas. También podían escucharse llantos y gritos desesperados, porque las brujas sacrificaban niños pequeños al demonio, o es decían quienes pasaban por ahí.

Si bien el viejo estaba inmerso en el mundo de la hechicería, la joven era cristiana y permanecía pura ante cualquier vestigio de maldad. No obstante, se sentía triste y solo porque su belleza provocaba la envidia de los demás. Enterado de su existencia, el demonio se enamoró de ella y la pidió en matrimonio a su padre. Este no dudo ni un instante y le prometió a su hija. Así, el día señalado, se reunieron en el lugar de la celebración todos los demonios, las brujas y las bestias infernales. Era tanta la algarabía, que nadie pudo dormir esa noche, ni siquiera la joven. Esta permanecía en su alcoba con un crucifijo apretado contra el pecho. Entre lágrimas, le pedía a Dios que le diera protección ante cualquier mal. Y en esas se encontraba cuando escuchó que alguien abrió la puerta. Con los ojos cerrados, la joven siguió rogando por ayuda divina mientras un desconocido la llevaba entre sus brazos. Cuando llegó al lugar de la boda, ningún monstruo se acercó a ella porque la escucharon rezar y pronunciar el nombre de Dios. Como le temían al crucifijo, su padre se lo arrebata y lo lanzó por los aires. Entonces la joven corrió despavorida sin dejar de rezar, sintiendo tras de sí los pasos de su padre. En medio de la llanura y la persecución, la alcanzó un caballo blanco que se rindió a sus pies. La joven saltó sobre el lomo del animal y juntos se perdieron entre la llanura. Los demonios que tenían alas, intentaron alcanzarla con su vuelo, pero el cielo se llenó de relámpagos y pronto cayó una lluvia de fuego que acabó con todos los árboles, las plantas y los rebaños del pastor. Al ver esto, todos los demonios huyeron despavoridos y se exiliaron en el fondo de la tierra.

Cuando amaneció, la joven se encontraba rezando en una iglesia de México, muy lejos de la llanura. Entonces la gente comprendió que se trataba de un milagro, porque no hubiera podido llegar tan lejos por sí misma. Y fue ahí donde el ranchero terminó su cuento, justo cuando comenzaba a amanecer. Los guerrilleros se pusieron en marcha entre la llanura desierta y el vigía le hizo notar a su comandante las piedras quemadas que iban pasando en su camino. Así comprendieron por qué se llamaba el Llano del Diablo.

Leyenda

Ríos, cárceles y demonios: la gran variedad de leyendas mexicanas

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Foto: Cultura Colectiva

Leyendas mexicanas

No cabe duda de la riqueza cultural de México, se puede ver reflejada sin ningún problema en las tradiciones y las costumbres, los lugares y las comidas. En todos los aspectos hay un pedacito del país y un punto que no se puede dejar pasar desapercibido es que también las leyendas e historias son abundantes en el territorio tricolor.

Ante la gran variedad de culturas y tradiciones que se juntan en México, para nadie es una sorpresa que las grandes leyendas que se cuentan en las regiones del país tengan infinidad de escenarios: ríos, cárceles, puentes, callejones, los volcanes y su cuento de amor, y hasta casinos.

Contar solamente tres de las leyendas más sonadas del país podría ser injusto ante la gran variedad de historias que se cuentan, pero aquí hay tres de las leyendas más populares.

La llorona

Foto: Espinof

Difícilmente hay algún mexicano que no haya escuchado hablar sobre la llorona y su escalofriante grito. No todos pueden relatar la experiencia paranormal de oírla, pero en esencia todos imaginan la forma en la que suena.

La leyenda cuenta que la Llorona es una mujer que deambula por las calles de la Ciudad de México en busca de los hijos que ella misma asesinó en una noche cuando todavía se recorrían las calles de la Nueva España.

Hay un sinfín de versiones de esta historia, se podría decir que prácticamente en cualquier ciudad por la que cruce un ruido, hay quienes juran haberla escuchado, pero en esencia, la historia es la misma.

Una mujer se enamoró de un caballero y se volvieron amantes, sin embargo, cuando ella pidió formalizar, él se negó debido a que era un hombre de la alta sociedad y no estaría bien visto.

Ciega de la ira, la mujer llevó a sus hijos a la orilla del río que estaba cerca de su casa y los asesinó con un puñal.

A partir de entonces no se supo más de ella, hasta la fecha hay quienes juran haberla escuchado, otros tantos aseguran observar a una bella mujer vestida de blanco, lo único que coincide de las historias es el aterrador grito que emana: ¡Ay, mis hijos!

El casino del diablo

Foto: elfonografo.mx

En la zona norte del país hay una historia que le pone los pelos de punta a cualquiera. El Casino de la Colonia Country Club se encuentra actualmente abandonado y sus ruinas se pueden visitar sin ningún problema, aunque se cuenta que ahí se hacen rituales satánicos. Todo se debe a que en los años 60 hubo un suceso que hizo que el inmueble sea conocido como el Casino del Diablo.

La leyenda cuenta que un 31 de diciembre de 1950 se daría un gran baile en el mencionado casino y todos los jóvenes se entusiasmaban por asistir, especialmente las muchachas que pasaban horas arreglándose para bailar toda la noche con algún chico.

Una jovencita Linda, quien tenía 16 años, se arregló de tal suerte que sería la más bonita en el gran baile, pero se encontró con la negativa de sus padres para dejarla ir al recinto.

El enojo de Linda la hizo tomar la decisión de ir al baile a pesar de la decisión de sus padres, se escapó por la ventana de su cuarto y se fue con sus amigos que ya la esperaban fuera.

Una vez en el baile todos querían estar una pieza con ella, pero ella solo aceptó a un joven de cabello negro y grandes ojos. A la media noche, Lina comenzó a sentir mucho calor, como si la quemara la espalda. Después de bailar con el muchacho comenzó a oler a azufre y en el centro de la pista notaron que el joven que bailaba con Linda tenía una para de gallo y otra de cabra.

El fuego se adueñó del lugar y nadie supo más nada de Linda o el caballero con el que bailó, muchos dicen que de la impresión fue internada, otros dicen que se fue con el diablo. Lo único seguro es que el casino no volvió a abrir sus puertas.

La mulata de Córdoba

Foto: Yahoo Noticias

Por allá del año 1618 en la Villa de Córdoba en la Vera Cruz o Verdadera Cruz, se hablaba de una hermosa mujer cuyo origen nadie conocía, solo se sabía su belleza y que todos se sentían atraídos hacia esa dama que tenía sangre negra y española, una preciosa mulata.

Algunas personas decían que era conocedora de la medicina, que incluso conjuraba tormentas y predecía sucesos naturales, incluso que era capaz de curar las más grandes enfermedades de la época solamente con yerbas.

Mucha gente crédula afirmaba que la mulata tenía un pacto con el mismo demonio y que tenía poderes mágicos, es por ello que la Santa Inquisición la apresó y la envío a San Juan de Ulúa.

Un día en la prisión le solicitó al carcelero un trozo de carbón y cuentan que la mujer dibujó un barco de grandes velas desplegadas al viento. Ante la sorpresa del guardia ella subió a la nave y desapareció.

Del policía solamente quedó un hombre en la locura que fue encontrado al día siguiente con el calabozo vacío y la razón completamente perdida.

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Vera Cruz

La leyenda de la Vera Cruz

Piero della Francesca [Public domain], via Wikimedia Commons

La leyenda de la Vera Cruz

La Vera Cruz, también conocida como Santa Cruz o la Verdadera Cruz, es la cruz de madera en la que fue crucificado Jesús de Nazaret. Esta es considerada por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa como una de las reliquias más importantes, pues sirve de testimonio de la existencia y de la pasión de Cristo. Según narra la Biblia, Jesús fue crucificado en el Gólgota (Monte del Calvario) junto a dos ladrones: Dimas (el bueno) y Gestas (el malo). Luego de su muerte, fue descolgado y su cuerpo fue entregado a María, María Magdalena, José y Nicodemo. Entretanto, parece que la cruz desmantelada y enterrada en el mismo lugar, donde después se erigiría un Templo a Venus.

Según cuenta la leyenda, Santa Elena, madre del emperador Constantino y famosa por su piedad, peregrinó hacia Tierra Santa en el siglo IV. Este viaje lo hizo con la intención de ir al monte Calvario (Gólgota) y recuperar la cruz de Cristo y los restos de los Reyes Magos. La búsqueda de estos últimos tuvo éxito, por lo cual los envió a la Catedral de Colonia, donde se conservan junto a los restos del Apóstol Matías. En cuanto a la cruz, tuvo que demoler el templo de Venus que se encontraba en el lugar y dedicar todo el esfuerzo de sus hombres a excavar el lugar. Finalmente, la cruz fue encontrada y, por sugerencia del obispo Macario I, mandó a erigir un templo en aquel lugar (la Basílica del Santo Sepulcro) y uno más en el monte de los Olivos. Entretanto, la cruz fue conservada entonces en Jerusalén.

En el año de 451, el concilio de Calcedonia ascendió a Patriarcado a la diócesis de Jerusalén, que fue constituida en el año 30 d. C. De esta manera, luego del cisma de Oriente, el Patriarcado quedó en manos de la Iglesia Ortodoxa Griega. No obstante, en el 614 Jerusalén cayó en las manos de los persas, quienes atacaron la ciudad bajo el mando del persa Cosroes II en 614. Estos gobernaron en Jerusalén hasta 1099, cuando tuvo lugar la Primera Cruzada. El llamado a la guerra fue hecho por el Papa Urbano II, al que acudieron las fuerzas del Sacro Imperio Romano, la República de Génova, el Reino de Inglaterra, Lotaringia, Tarento, el Imperio Bizantino, el Ducado de Apulia, Blois, el Reino de Cilicia, Boulogne, Provenza, Flandes, Normandía, Bearne, Vermandois y Le Puy-en-Velay. Así, se instauró el Reino de Jerusalén, que sobrevivió hasta 1187, cuando fue invadido por los ayubíes al mando de Saladino. Sin embargo, la cruz fue llevada a Europa por los templarios.

Después de estos hechos, no se tienen testimonios verificados sobre el paradero de la Vera Cruz, al menos completa. Por el contrario, se diversificaron supuestos fragmentos y astillas de esta en toda Europa. El mismo Calvino llegó a decir que con toda la madera de esas supuestas cruces se podría construir un barco. No obstante, el historiador Charles Rohault de Felury, luego de estudias todos los registros que se habían hecho en la época medieval de las partes de la Vera Cruz, llegó a la conclusión en 1870 de que, juntas, no sumaban ni la tercera parte de las dimensiones reales de la cruz, que era de tres metros. En la actualidad, diferentes iglesias de todo el mundo afirman tener un fragmento de la Vera Cruz, como la Abadía de Heiligenkreuz (Austria), la Iglesia de San Francisco (Popayán, Colombia) y templos y museos de España, Honduras, Guatemala, México, Costa Rica, Chile, Perú y Nicaragua.

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Cruz de Caravaca

La leyenda de la cruz de Caravaca

From Pixabay

La leyenda de la cruz de Caravaca

La Cruz de Caravaca, según afirma la tradición cristiana, es la cruz en la que fue crucificado Cristo, por lo cual se conserva como una reliquia de la Iglesia Católica. En la actualidad, se conserva dentro de un relicario un fragmento con forma de cruz patriarcal, con un doble juego de brazos horizontales (el inferior de diez centímetros y el superior de siete centímetros) y una sola viga vertical de diecisiete centímetros. Este se encuentra en la Basílica del Real Alcázar de la Vera Cruz, en la ciudad de Caravaca de la Cruz, en la región de Murcia, España. Por la leyenda que la soporta, esta reliquia es considerada como patrimonio religioso de la Cofradía de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca.

Según cuenta la leyenda, Santa Elena, madre del emperador Constantino y famosa por su piedad, peregrinó hacia Tierra Santa en el siglo IV. Este viaje lo hizo con la intención de ir al monte Calvario (Gólgota) y recuperar la cruz de Cristo y los restos de los Reyes Magos. La búsqueda de estos últimos tuvo éxito, por lo cual los envió a la Catedral de Colonia, donde se conservan junto a los restos del Apóstol Matías. En cuanto a la cruz, tuvo que demoler el templo de Venus que se encontraba en el lugar y dedicar todo el esfuerzo de sus hombres a excavar el lugar. Finalmente, la cruz fue encontrada y, por sugerencia del obispo Macario I, mandó a erigir un templo en aquel lugar (la Basílica del Santo Sepulcro) y uno más en el monte de los Olivos. Entretanto, la cruz fue conservada entonces en Jerusalén.

En el año de 451, el concilio de Calcedonia ascendió a Patriarcado a la diócesis de Jerusalén, que fue constituida en el año 30 d. C. De esta manera, luego del cisma de Oriente, el Patriarcado quedó en manos de la Iglesia Ortodoxa Griega. No obstante, en el 614 Jerusalén cayó en las manos de los persas, quienes atacaron la ciudad bajo el mando del persa Cosroes II en 614. Estos gobernaron en Jerusalén hasta 1099, cuando tuvo lugar la Primera Cruzada. El llamado a la guerra fue hecho por el Papa Urbano II, al que acudieron las fuerzas del Sacro Imperio Romano, la República de Génova, el Reino de Inglaterra, Lotaringia, Tarento, el Imperio Bizantino, el Ducado de Apulia, Blois, el Reino de Cilicia, Boulogne, Provenza, Flandes, Normandía, Bearne, Vermandois y Le Puy-en-Velay. Así, se instauró el Reino de Jerusalén, que sobrevivió hasta 1187, cuando fue invadido por los ayubíes al mando de Saladino. Sin embargo, la cruz fue llevada a Europa por los templarios.

De esta forma, la Cruz de Caravaca, hecha con la madera de la Vera Cruz (Lignum crucis, como se conoce a esta madera legendaria), cayó en manos del emir Ibn Hud, que gobernaba sobre Al-Andalus. La leyenda dice que un grupo de prisioneros cristianos llegó a la ciudad de Caravaca

. El emir Ceyt Abuceyt le dijo al sacerdote que iba con ellos que celebrara una misa, pero este no tenía cruz. Sin embargo, luego de decir esto, un par de ángeles le entregaron la Cruz de Caravaca. Once años después, Caravaca fue conquistada por Fernando III y la cruz pasó a su poder, convirtiéndose en el emblema de sus fuerzas y del mundo hispano no islámico. La cruz fue atesorada durante muchos años y protegida de su robo, como ocurrió durante la invasión napoleónica; aunque de todas maneras fue hurtada en 1934. Después de la Guerra Civil, el papa Pío XII la devolvió en 1942 y su culto se extendió por otros países de Europa.

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