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España

La ajorca de oro

La ajorca de oro

Dominio Público

La ajorca de oro

La ajorca de oro es el título de una de las leyendas escritas por Gustavo Adolfo Bécquer, publicadas entre 1858 y 1864. Esta apareció originalmente en el periódico El Contemporáneo en marzo de 1861, tras su publicación llamó la atención del público por su sobriedad y lo siniestro de su final. La trama de La ajorca de oro gira entorno a la historia de Pedro Alfonso de Orellana y la hermosa María Antunez, quien llorando le pide a su amado que robe la ajorca de oro perteneciente a la Virgen del Sagrario, patrona de Toledo.

Cegado por su amor hacia la joven y temeroso de que esta lo rechace, el valiente joven buscó satisfacer los deseos de su amada, robando la ajorca, sin embargo, en ese momento fue testigo de una de las escenas más aterradoras que haya vivenciado. Al tener la hermosa y preciada ajorca en sus manos el joven Pedro, pierde la cordura.

Leyenda

Pedro Alfonso de Orellana amaba con locura a la bella María Antunez

. Cierto día la encontró llorando desconsolada, al verla tan afectada preguntó: ¿Por qué lloras?, a lo que la joven respondió con un suspiro y fuerte llanto. Desconcertado y afectado al verle rogó que le contara que la atormentaba de tal manera. Se acercó, tomó su mano y volvió a preguntar ¿Por qué lloras?, esta vez la joven gimoteando contestó: No preguntes porque lloró, pues no sabré contestarte, ni tú comprenderme.

Tras contestarle comentó al joven que había ideas locas que cruzaban por su mente, pero no se atrevía a expresarlas, puesto que así era la naturaleza misteriosa de las mujeres, algo que el hombre no puede concebir. Después de escucharla atentamente el joven volvió a preguntar por el motivo de su llanto, a lo que esta respondió con voz suave y entrecortada que le diría lo que quiere saber, aun cuando esto solo lo haría reír.

Empezó su relato comentándole que mientras visitaba el templo un objeto había llamado su atención, de tal manera que apenas podía concentrarse en sus oraciones. Este objeto iluminado por las luces del atar resplandecía dando visos azules, rojos y blancos, como una estrella en el firmamento. Aquel objeto que la obsesionaba era la ajorca de oro que tenía la imagen de la Virgen en la mano con la que sostiene al Divino Niño

. La imagen de esta ajorca se quedó en su mente por largo tiempo, incluso en sueños se le apareció, en este era llevada por una hermosa joven, que lo único que hacía era recordarle que la preciada joya jamás seria suya.

El joven entendiendo lo que su amada le pedía preguntó por la ubicación de la joya y quien la portaba, esta contestó que la joya pertenecía la Virgen que estaba en la catedral, la Virgen del Sagrario. Horrorizado quedó el pobre enamorado al escucharla, si esta perteneciera a otra imagen sagrada él la robaría sin dudarlo, pero la Virgen del Sagrario, es la santa patrona de Toledo, él nunca podría, era imposible.

Tras debatirse entre sus convicciones religiosas y el amor apasionado que tenía por la joven, Pedro decidió seguir su corazón y robar la joya que tanto obsesionaba a su amada. Esa misma noche entró en la Catedral sigilosamente, llegó hasta el altar y tomó la preciada ajorca de oro de la Virgen; pero de repente la escena del templo cambio, comenzaron a aparecer seres sobrenaturales, cadáveres y horrorosas imágenes. Ante esta escena el joven cayó desvanecido en la catedral. A la mañana siguiente, los dependientes de la Iglesia lo encontraron al pie del altar y aún tenía la ajorca en su mano.  Cuando les vio acercarse el joven soltó una estridente carajada y dijo: ¡Suya, suya!. El pobre había enloquecido.

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Los Amantes de Teruel

Diego Delso [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons

Leyenda de Los Amantes de Teruel

Leyenda española del siglo XIII. Es la historia de Isabel y Diego crecieron juntos en el Teruel. Ambos pertenecían a la nobleza de la ciudad. El padre de Isabel era Don Pedro de Segura, un rico comerciante. Y el de Diego, un importante noble de apellido Marcilla, habían perdido su gran hacienda por culpa de una plaga de langostas que asoló la comarca en el año de 1208. Los dos amigos empezaron a sentir amor.

Un día decidieron casarse. Pero a don Pedro de Segura no le agradó la idea en absoluto porque el estatus de Diego era inferior. Los dos enamorados quedaron desolados hasta que se les dio una oportunidad: Isabel esperaría durante cinco años a que Diego consiguiera dinero y honores. Con los cinco dedos de su mano derecha hicieron el juramento de esperar hasta el regreso de Diego. El joven se fue a luchar a las cruzadas. Durante cinco largos años Isabel esperó si tener ninguna noticia de la suerte de Diego. Cuentan que los soldados que regresaban de la batalla de Muret relataban que allí no quedaba nadie vivo. Por desgracias a oídos de Isabel llegó la noticia que Diego había caído en combate.

Viendo que ya se cumplían los cinco años acordados y no había noticias de Diego, su padre le instó a casarse con don Pedro de Azagra, poderoso señor de Albarracín. La ciudad entera se engalanó para celebrar unos grandes esponsales. Todo era jolgorio y alegría, pero Isabel no estaba feliz. Diego consiguió regresar a Teruel. Sano y salvo, con honores y riquezas y lo más importante la ilusión de reunirse con su amada Isabel. Cuando llegó a Teruel oyó el repicar de campanas, la música y se enteró que se celebraba el casamiento de Isabel de Segura con don Pedro de Azagra, señor de Albarracín. Diego creyó enloquecer de ira.

Pero se recompuso pues, en realidad, Isabel no había roto el acuerdo. El plazo ya había expirado. Decidió entonces ir en su busca y pedirle aquel beso que tanto había anhelado durante años. Se encaramó al balcón de la recién casada y la despertó para rogarle esta última prueba de amor. Pero Isabel no se sintió capaz de romper los votos que acababa de prometer y se lo negó. Diego, cayó muerto en ese mismo instante.

La extraña muerte conmocionó a toda la ciudad de tal manera que acudió en masa a los oficios por el alma de Diego. Isabel, desconsolada por haber perdido a su verdadero amor, se acercó al cuerpo sin vida de su amado y lo besó intensamente. Y en ese preciso instante, ella caía muerta sobre el difunto. Las familias decidieron darles sepultura juntos para que estuvieron junto para siempre.

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La campana de velilla de Ebro

ecelan [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons

Leyenda La campana de velilla de Ebro

Leyenda aragonesa. Esta campana conocida como la campana del Milagro llegó a la costa mediterránea cerca de la desembocadura del Ebro. Lo sorprendente es que llegó flotando sobre el mar como si de un ligero objeto se tratara. Además, llevaba consigo dos velas prendidas. Trataron de sacarla del agua, pero cuantas veces se acercaban a ella se hundía y emergía de nuevo. Se detuvo en Velilla; pero nuevamente se hundía cuando los hombres se acercaban con garfios para sacarla del agua. No obstante, se aproximaron dos doncellas y no hicieron más que poner sus manos sobre ella, en ese momento se elevó y llegó a la orilla. Cuando llegó a tierra la población empezó a rendirle culto.

La campana empezó a sonar sola, provocando la devoción y respeto de cuantos la veían sonar sin explicación. La invención de la campana fue atribuida a San Paulino de Nola. Pero, ella tocaba cuando una desgracia estaba cerca. En el año de 1435 volvió a tocar dos veces: la primera avisó de que la flota de Alfonso V el Magnánimo había sido derrotada en Ponza (Italia) y la segunda avisó que el rey había obtenido la libertad tras la batalla. Y en adelante, continuó repicando; anunció varios fallecimientos de personajes reales como el de la emperatriz Isabel de Portugal (1539) y del rey Manuel de Portugal (1578). Ahora bien, la última vez que las personas oyeron la campana fue el 12 de abril de 1686, tal vez presagiando el fin de la Casa de los Austrias en España.

Se decía que cuando la campana tocaba por sí sola, nadie podía aproximarse a ella; un osado canónigo lo intentó y recibió una sacudida tan fuerte que duró en cama varios meses. También, el campanero la hacía sonar para alejar las tormentas.

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La Armengola

Creator:Vicente Navarro [Public domain], via Wikimedia Commons

Leyenda de La Armengola

Leyenda española de principios del siglo XIII. Personaje ficticio de la historia de Orihuela, provincia de Alicante. La leyenda cuenta que La Armengola tenía por nombre Hermenegilda Eugenia y era la mujer de Pedro Armengol, de ahí su apodo. Una figura muy importante en Orihuela. Para ese momento la ciudad tenía mucha migración musulmana. En el castillo vivió el alcaide Benzaddon con su familia. La Armengola, era la nodriza de los hijos de Benzaddon. Un día, los mudéjares locales se reunieron con los del Reino de Murcia para asesinar a los cristianos residentes en la mozarabía del Arrabal Roig. Benzaddon le contó a la mujer sus planes para que fuera a refugiarse al castillo junto con su familia.

La Armengola como fiel cristiana decidió advertir al alcaide cristiano de la masacre que iba a cometer. Así pues, en la noche del 16 de julio disfrazó a dos jóvenes (Aruns y Ruidoms) de mujeres para que hicieran las veces de sus hijas. De este modo, entraron, y atacaron a todos los habitantes del castillo de Benzaddon. Lograron tomarse el castillo. El día siguiente se celebraba la fiesta de Santas Justas y Rufina, patronas de Orihuela, se colocaron dos luceros en el castillo en su honor, y también para avisar al pueblo oriolano de su libertad.

Jaime I de Aragón terminaría por echar a los musulmanes de Orihuela. Así que, el 17 de julio se conmemora la hazaña de esta mujer guerrera y de la Reconquista de Orihuela.

Influencia de La Armengola en Orihuela

Desde 1991 anualmente se elige a una mujer oriolana para representar la figura de La Armengola durante las Fiestas de Moros y Cristianos de Orihuela. Se han realizado varias adaptaciones teatrales y cinematográficas de esta historia. Por ejemplo: Armengola, la leyenda (2011).

En el campo de la pintura hay varios oleos sobre lienzo. Actualmente, uno expuesto en el Museo de las Fiestas de la Reconquista (Orihuela). En el cuadro, hay un primer plano La Armengola con el Estandarte del Oriol, muy representativo de la ciudad de Orihuela. En un segundo plano, podemos apreciar a las Santas Justa y Rufina, dos santas muy veneradas por los oriolanos.

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