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El haninco

La leyenda del hanincol (mitología maya)

Esta historia fue referida por una mujer que quiso infiltrarse en un hanincol, una ceremonia que realizan los mayas con comida de milpa para honrar a sus dioses o desagraviarlos, dependiendo de la ocasión. La ceremonia tenía lugar en San Juan Bautista Sahcabchén, también conocido como Alto Sahcabchén, un pueblo que se encuentra en la cima del cerro de pura roca. La mujer les rogó a los hechiceros que la dejaran entrar, pues sentía mucha curiosidad; pero estos se lo impidieron porque no estaba santiguada (no se había hecho bañar con hierbas y conjuros, como dicta la tradición). Aun así, sabiendo que a la hora de la comida se admitía a muchas más personas, incluidas las mujeres, esta pidió al men (X’men, que se puede traducir del maya como brujo o bruja) que la dejara entrar para comer, pero este le dijo que ya no había tiempo y que volviera después.

Después de esto, la mujer se hizo amiga del maestro de escuela de un pueblo vecino, quien se llamaba Mario Flores Barrera. Gracias a su amistad, se enteró con anticipación de la fecha de la próxima ceremonia en San Juan Bautista Sahcabchén. Sabiéndola, ascendió la colina a lomo de caballo, iluminándose en medio de la noche con la luz de la luna que le llegaba a través de los árboles. Cuando llegó finalmente al amanecer, tocó a la puerta del maestro sacerdotal, quien la saludó y le brindó un desayuno humilde. Después la condujo a la casa del men, quien le preguntó si estaba decidida a que la santiguaran. La mujer lo pensó un momento y finalmente aceptó. Entonces la desnudaron y la fuetearon con ruda y romero. Ya lista, tanto la mujer, como el maestro y el men, salieron de la casa de este último y se sentaron sobre el brocal de un pozo. Aquí, la mujer supo que la ceremonia se iba a hacer para desagraviar a los divinos, pues el encargado de sembrar la milpa de la comunidad tenía un hijo enfermo, clara señal del disgusto de Nohoch-Tat, el Gran Señor.

Luego de la plática, el men condujo a la mujer hasta la hamaca en la que estaba el joven tendido. Sin importar las preguntas que le hacían, el enfermo casi no respondía. De las pocas cosas que dejó saber, era que le preocupaba más el futuro castigo del colono donde trabajaba que su misma salud. El men entonces tomó un bollo de pozolo mohoso, lo diluyó en agua y miel, y le dio de beber esta sustancia. Luego de ello, salieron y recibieron un poco de sacab, una bebida de maíz que realizan las mujeres para los asistentes de la ceremonia. Y, finalmente, marcharon con dirección a la ceremonia. Aquí, la mujer pudo observar unos hombres abriendo una fosa para encender una hoguera dentro y a otros cocinando maíz, semillas de calabaza y frijol para hacer huanes. Esta preparación se extendió hasta las nueve de la noche.

Llegada la hora, el men cogió un par de velas y se reunió junto con los invitados alrededor de la hoguera. Los cocineros luego llegaron con los huanes servidos en tablas de madera. Frente a la hoguera, el men invocó a los cuatro vientos en la lengua maya y luego sufrió toda clase de contorsiones, saltando de un lado a otro y tomando entre sus manos las piedras derretidas por el fuego, dejando sólo unas cuantas en el fondo

. Sobre estas, se pusieron los huanes, que luego fueron recubiertos con las piedras que ya habían sido extraídas. Tras esto, la fosa fue sellada con gajos de roble y tierra, mientras el men se dirigió con los asistentes hasta una mesa que tenía una cruz cristiana y nueve velas: tres pequeñas, tres medianas y tres grandes. El banquete constaba de gallinas, pavos, dulces, flores, rudas, flores y cigarrillos.; y debajo del mesón, había un caldero con cool, el jugo de los pavos y las gallinas.

Ya en la mesa, el men cogió la cruz y con ella espantó a los vientos malos, arrojándoles a los buenos jicaradas de balché y miel. Después, extasiado, tomó el incensario y fue hasta la fosa, que fue descubierta por varios hombres. Entonces sacaron los huanes y todos regresaron a la mesa del banquete, donde el sacerdote finalizó la procesión. De todos los huanes, había uno más grande que todos, que fue puesto en una pequeña mesa aparte. Todavía hirviendo, los otros huanes fueron tomados por los invitados y remojados en el caldo. Así, prepararon el chocó. Ocurrido esto, el men ofreció balché, el cual no podía rechazarse o tirarse según la tradición maya. Después, ofreció un cigarro gigante, del cual debía darse un par de fumadas, y puso a los niños que había de rodillas con las manos entrecruzadas sobre el pecho, dándole en la boca chocó, pedazos de pavo, dulces y cool. Esto se hace porque los infantes representan a los aluxes. Más tarde, el men colocó la jícara y las demás cosas en la hoguera, la cual fue cubierta nuevamente por otros hombres. Después de esto, el men volvió a la mesa y, a partir de ahí, todo se convirtió en fiesta.

Mientras tanto, la mujer había permanecido sobre una hamaca que estaba tendida entre dos árboles próximos a la mesa. Se encontraba bañada en miel, pues el men la había alcanzado a salpicar durante la ceremonia, pero estaba sorprendida de ver todo cuanto había pasado. En una ocasión, el men se acercó a la mujer y le dijo que el enfermo ya estaba curado. Entonces mandó a llamar a un muchacho que estaba comiendo pavo. Y en efecto, ya no tenía calentura ni ningún mal. Terminada la fiesta, la mujer se despidió de todos y se fue para su casa llena de preguntas, pero con la mente mucho más abierta, pues había presenciado el complejo mundo indígena de cerca.

Daniel Collazos

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