El capelo, también conocido como galero, es un sombrero de ala ancha que utilizaban las personalidades más importantes del clero, como los arzobispos y los cardenales. Este sombrero, usualmente de color rojo, se distinguía por llevar un par de cordones a los lados que terminaban en varias borlas que caía sobre el pecho. Se cree que este fue inspirado en el sombrero de peregrino y que comenzó a ser utilizado alrededor del siglo XIV.
En un principio, su uso sólo era permitido para cardenales, pues representaba la corona del Príncipe de la Iglesia. De esta manera, el papa Inocencio IV decretó en el primer Concilio de Lyon, en 1245, que los cardenales llevaran capelo rojo. Así podría distinguir a sus favoritos entre las procesiones del Concilio. Poco después, Jean Cholet le entregó su capelo a Charles Valois en 1285 como símbolo de la corona de Aragón, y por ello fue conocido durante la Cruzada aragonesa como rey del sombrero (roi du Chapeau).
Según dicta la tradición, cuando el sacerdote que utilizaba el capelo moría, esta prenda se debía colgar sobre su tumba, de forma que las borlas cayeran y quedaran flotando en el aire. Esto se puede observar en distintas iglesias y templos, donde algunos capelos siguen suspendidos hoy en día
Anteriormente, el capelo era entregado a los cardenales junto a un diploma por el Papa durante el Consistorio; pero esto se eliminó en 1969 por un decreto emitido en el Concilio Vaticano II, pues se buscaba que las figuras religiosas fueran humildes y cercanas al pueblo. En la actualidad, el capelo ya no es de uso común entre las personalidades religiosas. Aunque se cree que varios cardenales obtienen o mandan a realizar capelos en secreto o de forma no pública para mantener viva esta tradición, en es especial la de dejar el capelo colgado sobre la tumba del sacerdote.
Como símbolo heráldico, se puede encontrar en varios colores: rojo, vino tinto, café y hasta verde. Por lo general, esta pieza se usa en blasones eclesiásticos y funciona como corona y soporte del escudo, pues se coloca por encima y se deja que sus borlas caigan a los lados. De esta manera, se da la sensación de que el capelo abraza el escudo, de la misma forma que Dios y la Iglesia abrazan a sus seguidores. Por algún tiempo, el capeo fue introducido en la heráldica cristiana sin ningún tipo de reglamento, hasta que el papa Pío X reguló todo definitivamente. A través del decreto que emitió el 21 de febrero de 1905, quedaron regulados los colores, el tamaño y el número de borlas que debía tener cada pieza heráldica según el siguiente criterio:
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