Dentro de la mitología méxica y azteca, Tonatiuh, también conocido como Tonatiuhtéotl, era el dios del sol, la lluvia, el hogar y el patrón del cielo. Esto se debía a que fue el único dios en alumbrar exitosamente la tierra. Dentro del calendario azteca, Tonatiuh tenía por símbolo el oeste y el décimo noveno día del mes. En este calendario, conocido en la propia lengua como Tzolkin, los años tenían una duración de trece meses, los cuales representaban cada uno de los dioses del panteón de esta cultura. Cada mes estaba comprendido por 20 días, siendo el penúltimo, Quiáhuitl, el dedicado a Tonatiuh. Además, se decía que era el patrón del decimoctavo periodo de tonalpohualli, que iniciaba con el día ce ehécatl. Dada su importancia, se pueden encontrar representaciones de Tonatiuh en distintos códices prehispánicos, como el Códice Borgia y el Códice Telleriano-Remensis.
Según cuenta el mito cosmogónico mexica, luego de que los dioses habían creado la tierra, el agua, el fuego y Mictlán, el mundo de los muertos, se sentían insatisfechos porque el sol no iluminaba lo suficiente. Así que se reunieron para crear uno nuevo, para lo cual se necesitaba que uno de ellos se transformara en astro. Así, el primero en ofrecerse fue Tezcatlipoca, con lo que comenzó el primer ciclo. Poco después, Quetzalcóatl tuvo ganas de ser quien alumbrara el mundo, así que derribó a Tezcatlipoca de un golpe y lo sumergió en el agua para que se apagara. Luego de esto, Quetzalcóatl se convirtió en el segundo sol, iluminando todo cuanto existía. Furioso por la afrenta, Tezcatlipoca se transformó en jaguar y bajó de un zarpazo a Quetzalcóatl, quien lanzó vientos y tormentas sobre la tierra. Entonces la gente corrió a resguardarse y los dioses se transformaron en monos.
Después de esto, dado que ya se habían creado dos soles y dos generaciones de personas sin éxito, los dioses se sentían decepcionados con ellos mismos. Entonces, entre la desilusión general, Tláloc se ofreció para ser el tercer sol y dar inicio a una nueva era. Como los otros dioses aceptaron que fuera así, Tláloc ascendió al cielo y brilló sobre la tierra; pero como este era el dios de la lluvia, comenzó a caer de las nubes una lluvia de fuego que convirtió los ríos y los mares en llamas. La gente corrió de un lado a otro sin encontrar salvación, así que los dioses convirtieron a las personas en pájaros para que se refugiaran en el aire. Mientras tanto, los dioses se reunieron para encontrarle una solución a la situación. Entonces Quetzalcóatl sugirió que el nuevo sol fuera Chalchiuhtlicue, la diosa del agua, para que pudiera apagar el incendio del mundo. Así, el cuarto sol se posicionó en el cielo y comenzó a caer una lluvia que no tuvo fin. Los ríos y los lagos se desbordaron, y al poco tiempo se inundó el mundo. Entonces los dioses transformaron a las personas en peces, para que pudieran sobrevivir.
Luego de que se acabara toda la lluvia posible, el cielo se abalanzó sobre la tierra y Quetzalcóatl y Tezcatlipoca tuvieron que convertirse en árboles para poder sostenerlo. Mientras tanto, los demás dioses quedaron afligidos por su nuevo error, pues habían acabado con el ser humano. Entonces los dioses se reunieron para crear un quinto sol. Tecuciztécatl y Nanahuatzin se ofrecieron, aun sabiendo que tenían que lanzarse a una pira para ello. Así, Tecuiztécatl, que era un dios orgulloso de su valentía, se lanzó a la fogata y salió inmediatamente cuando sintió el dolor de las quemaduras. De ahí surgieron las manchas del jaguar. Luego, Nanahuatzin, que era un dios humilde y callado, se lanzó al fuego y permaneció en él hasta convertirse en el sol. Celoso del otro, Tecuciztécatl se lanzó también, convirtiéndose en el segundo sol. Sin embargo, poco después sería asesinado por un dios menor que le lanzó un conejo, por lo cual se convirtió su cadáver quedó flotando en el cielo en forma de luna (y por ello puede verse un conejo en este satélite de vez en cuando). Mientras tanto, Nanahuatzin, que había quedado como el único sol, cambió su nombre a Tonatiuh.
Después de esto, los animales se acercaron a la diosa Ixmukané y le entregaron un fruto que había engendrado la tierra, el cual tenía muchas propiedades. Tomándolo entre sus manos, la diosa creó el primer hombre de maíz, Qaholom. Este podía pensar, hablar y amar, por lo que tendría problema en adorar a los dioses. No obstante, dado que el hombre del maíz no sabía cómo rezar, le pidió ayuda a las diosas para que lo instruyeran. Estas le enseñaron cómo reverenciar a los dioses y le entregaron una mujer, Alom, la Gran Madre, con quien concibió muchos hijos, quienes habrían de poblar la tierra.
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