Dentro de la mitología griega, Diomedes era un gigante rey de Tracia, hijo de Cirene y Ares. Este vivía en las cercanías al Mar Negro y era famoso por tener bajo su poder cuatro yeguas devoradoras de hombres. Así, este las mantenía siempre encadenadas y las alimentaba con los huéspedes incautos que llegaban a su tierra. Por su parte, luego de capturar al Toro de Creta, Heracles (Hércules) tenía que cumplir con su octavo trabajo, el cual consistía en robar dichas yeguas. Así, reunió un ejército de hombres jóvenes y se enfrentó a Diomedes para robarle los animales Durante la encarnizada batalla, una de las yeguas devoró a Abdero, hijo de Hermes y amigo cercano de Heracles. Aun así, Diomedes fue derrotado y arrojado con vida a las yeguas, quienes lo devoraron sin ninguna piedad. Después de esto, los animales se volvieron mansos, con lo que Heracles pudo amarrarlos al carro del antiguo tirano. En aquel lugar, se fundó la ciudad de Abdera en honor al guerrero caído, mientras que las yeguas fueran llevadas a Micenas para ser regaladas a Hera, esposa de Zeus. De aquí, fueron llevadas al Monte Olimpo, en donde murieron a manos de las bestias. Aun así, cuenta la leyenda que Búcefalo, el caballo de Alejandro Magno, era descendiente de estos animales.
Heracles, hijo de Zeus y Alcmena, tenía que ser el rey de Argólida (Micenas, Argos, Tirinto y Midea), pues un oráculo había dicho que el próximo varón que naciera en la casa de Perseo sería el rey del lugar. No obstante, Hera no quiso que esto pasase, así que retrasó tres meses el nacimiento de Heracles y adelantó dos meses el alumbramiento de Euristeo, quien también era parte de la casa de Perseo al ser hijo de Nícipe y Esténelo
En este exilio fue descubierto por su hermano Ificles, quien lo convenció de que visitara al oráculo de Delfos. Aceptando la recomendación, Heracles fue hasta el oráculo y este le pidió como penitencia por su crimen que debía realizar diez trabajos impuestos por Euristeo, la persona que más odiaba Heracles, y le profetizó además que, luego de estos, se volvería inmortal y pasaría a instalarse junto a los dioses. A pesar del resentimiento, Heracles aceptó su castigo y recibió los trabajos impuestos por el rey usurpador; quien le impuso dos trabajos más, siendo doce en total, pues Heracles iba acompañado de Yolao. El octavo de estos trabajos consistía en robar las yeguas de Diomedes.
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