Tántalo. Sus padres eran Zeus y Lidia. Los dioses olímpicos lo honraban sin importar que era un mortal. Por ello, logró comer a la mesa de Zeus y compartir con otros inmortales. Pero su humano espíritu, lleno de vanidad, le jugó una mala pasada; Tántalo comenzó a faltar a los dioses. Revelaba a los mortales los secretos de los olímpicos; robaba de su mesa néctar y ambrosía y lo repartía entre sus compañeros terrenales.
Invitó a los dioses a un banquete, y, para poner a prueba su omnisciencia, mandó sacrificar a su propio hijo Pélope
En cuanto se agachaba para llevar la boca hasta el agua, esta se secaba y el oscuro suelo aparecía a sus pies. Padecía además de mucha hambre. Detrás de él, en la orilla del estanque, había magníficos frutales, cuyas ramas se curvaban sobre su cabeza jugosas peras, manzanas rojas, relucientes granadas, apetitosos higos y verdes olivas; pero cuando trataba agarrarlas con la mano, soplaba un viento tempestuoso y repentino que levantaba las ramas hasta las nubes. A este suplicio infernal se sumaba una gran amenaza, puesto que había una roca enorme suspendida en el aire sobre su cabeza. El ofensor de los dioses, el desalmado Tántalo, se vio condenado a sufrir un triple y eterno martirio en los infiernos.
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