El dios jaguar, conocido también como Ek Balam, la estrella negra o jaguar negro, fue uno de los dioses más importantes de la mitología maya. A este felino le rendían culto los guerreros, los gobernantes, los sacerdotes y la gente del común, pues no sólo era el depredador más grande y más fuerte de América, sino que se creía que los nobles, los reyes y los grandes guerreros descendían de él. Según se decía, cada que un astro transitaba por el cielo era porque el dios jaguar atravesaba el inframundo.
Mientras tanto, para los olmecas el jaguar es el principal símbolo de su religión y cultura, pues era la representación totémica de todos los espíritus provenientes de la naturaleza y el padre de los hombres jaguar, la raza mítica de la que descendió esta comunidad indígena. De igual forma, su simbología estaba relacionada con la serpiente acuática, pues esta representa el agua que hay en la tierra. Por esta razón surge el símbolo doble de la serpiente-jaguar. De tal forma que ambos simbolizaban la fecundidad y el nacimiento.
El dios jaguar parte entonces del animal, el mayor felino de las selvas americanas, el cual se destaca por sus grandes colmillos, su enorme cabeza, su labio superior más grueso que el inferior, sus ojos profundos y los llamativos colores de su pelaje. Este dios tenía su origen mítico, según narran los sabios, cuando una mujer hizo el amor con un jaguar. De dicha relación, surgieron los hombres-jaguares, ancestros de los olmecas. Incluso algunas personas señalaban que estos indígenas tenían características físicas similares a las de este animal.
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