El mito del dios del maíz

El maíz fue el alimento más importante para las culturas mesoamericanas prehispánicas. Por esta razón, cada cual tenía dioses, mitos y leyendas consagradas a este alimento. Por ejemplo, en la cultura mexica, el dios del maíz es Centeotl. En algunas ocasiones se le mencionaba como un dios dual, es decir, con una identidad que oscilaba entre lo femenino y lo masculino. Así, si se hacía referencia a su parte masculina se hablaba de Cintéotl o Centeotltecuhtli; mientras que si se hacía referencia a su lado femenino se hablaba entonces de Chicomecóatl o Centeotlcíhuatl. En el primer caso, el vocablo náhuatl tecuchtli se puede traducir como “señor”; en cambio, en el segundo caso, el vocablo cíhuatl se puede traducir como “mujer”. Entre tanto, la palabra Cintéotl está conformada por los vocablos centli, que quiere decir “mazorca de maíz” y teotl, que quiere decir “dios” o “diosa”.

Según afirman algunas fuentes, este dios era hijo de Plitzintecuhtli, dios del clima; y Xochiquétzal, la joven diosa del placer, la belleza y la sexualidad, así como patrona de los tejedores, los partos, los joyeros, los bordadores, los artistas, los escultores y los artesanos. Sin embargo, otros autores creen que Xochiquétzal era su esposa. Una leyenda reza que, después de su nacimiento, Centéotl sintió la necesidad de esconderse bajo tierra. Por esta razón, las distintas partes de su cuerpo se transformaron en diversos alimentos y productos agrícolas. Así, su cabello se hizo algodón; sus dedos, camotes; sus uñas, maíz alargado; sus ojos, semillas; su nariz, chía; etc. Es por esta razón que las cosechas del cuarto mes del año, el Huey tozoztli, se celebraban con rituales y sacrificios en su honor. Tanta era la adoración que le tenían los aztecas a esta deidad, que le conocían como Tlazohpilli, que quiere decir “Dios amado”.

Además de esta leyenda, también tiene participación en el mito de Nanahuatzin, pues quien le recomienda al dios homónimo que se lance como sacrificio al volcán. Según el calendario azteca, del cual quedó registro en la conocida “Piedra del Sol”, los totonacas veneraban a la diosa Centéotl en el tercer, octavo y undécimo mes del año. En este ritual, que tenía lugar en los templos que se le habían construido en su honor, se sacrificaban tórtolas, conejos y codornices, entre otros animales, pues se creía que no le agradaban los sacrificios humanos. Por su parte, los aztecas sí hacían sacrificios humanos, los cuales eran bastante crueles y sangrientos. Así, se sacrificaban los prisioneros y los jóvenes más bellos y saludables, sometiéndolos a inmolaciones, ahogamiento, descuartizamiento e inanición. Por otro lado, entre el 28 de junio y el 14 de julio se realizaba la ceremonia “Xalaquia”, donde una esclava con la cara pintada de rojo y amarillo (colores del maíz) danzaba hasta al anochecer, cuando era finalmente sacrificada.

Por su parte, los aztecas tenían otro mito para explicar el origen del maíz. Cuentan los antiguos, que antes de que Quetzalcóatl viniera a la tierra, los aztecas sólo se alimentaban de la carne de los animales que cazaban y de los frutos y raíces que encontraban por ahí

. De tal manera que no conocían el maíz, un alimento muy nutritivo que se encontraba oculto detrás de las montañas. Luego de que fueron requeridos por los aztecas, los antiguos dioses emplearon todas sus fuerzas para mover las montañas y separarlas con el fin de alcanzar el dichoso cereal, pero no lo consiguieron. Luego de que Quetzalcóatl, dios de la serpiente emplumada, llegara a la ciudad de los aztecas, estos le pidieron que obtuviera el maíz por ellos. Él aceptó, gustoso de demostrar su inteligencia y habilidad.

Quetzalcóatl, a diferencia de los otros dioses, no se esforzó en mover las montañas con fuerza bruta, sino que hizo uso de su gran astucia. Se convirtió a sí mismo en una hormiga negra y, siendo acompañado por una hormiga roja, se adentró en la espesa montaña. Durante el camino tuvo que sortear todo tipo de dificultades, pero pudo superarlas al recordar que todo lo hacía por su pueblo y la necesidad que tenían de obtener el maíz. Así, pese a los problemas y al cansancio, Quetzalcóatl finalmente llegó al lugar donde estaba el maíz. Siendo todavía una hormiga, tomó con su mandíbula un grano de una mazorca y emprendió el viaje de regreso. Luego de sortear las mismas dificultades que había tenido a la ida, pero superándolas todas con astucia y convicción, el dios llegó hasta los aztecas con lo que les había prometido.

Después de agradecerle debidamente por su esfuerzo, los aztecas tomaron el grano de maíz y lo sembraron en la tierra. Regándolo a lo largo de varios días, la planta creció y les otorgó por fin lo que tanto había esperado, el ansiado maíz. Luego de esto, pudieron cosechar este alimento en distintas partes de su territorio, con lo cual incrementaron su riqueza y aumentaron su propia fuerza. Gracias a esto, pudieron construir ciudades, templos, palacios y demás construcciones y obras de ingeniería. Como el maíz les había traído la prosperidad y la felicidad, los aztecas siempre estuvieron agradecidos con Quetzalcóatl, su amigo entre los dioses y aquel que le había traído el maíz.

Daniel Collazos

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