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Xocoyoles

La leyenda de los xocoyoles (mitología náhuatl)

Según cuentan los sabios mayas, anteriormente había un hombre que descreía de sus antepasados y su palabra. Estos le habían advertido que, durante las noches tormentosas, en las cuales el cielo se nublaba y caían relámpagos hasta la tierra, solían aparecer los xocoyoles, los espíritus de los niños que no habían sido bautizados y que habían muerto antes de nacer. Fuera de este mundo, estos niños obtenían alas y podían verse en dichas noches sobre la cima de los peñascos y los cerros. Estos niños cumplían distintas tareas: unos llenaban cántaros gigantes con agua y los vertían sobre la tierra en forma de lluvia; otros hacían y tiraban granizo hacia abajo como si fueran granos de maíz; y otros producían truenos y rayos utilizando mecates. Es por esta razón que los truenos tienen ese sonido que espanta a las personas.

Pese a toda esta información que le había sido suministrada de generación de generación, el hombre no creía en nada. Así, un día en que el cielo se tiñó de negro, este incrédulo salió de su casa para cortar algo de leña en un cerro de ocotes. En ese momento, vio atorado entre las ramas de uno de estos árboles a un niño desnudo que tenía un par de alas en la espalda. Sorprendido, el hombre no tuvo ninguna palabra para decir, mientras que el niño le dijo:

—Si me das ese mecate que está en el suelo, que se me acaba de caer, voy a cortar toda la leña que produzca este ocote.

—¿Sí lo harás? —preguntó el hombre desconfiado.

—Lo haré. Es cierto lo que digo —respondió el xocoyol.

Entonces el hombre unió varias ramas y palos como pudo para formar una larga vara. A la punta de esta, amarró el mecate y luego lo direccionó hacia arriba, donde estaba el niño entre las ramas. Con el mecate entre sus manos, el xocoyol le dijo al hombre que fuera a su casa y que volviera al mismo sitio al día siguiente. Así lo hizo este, viendo cómo el cielo se llenaba de relámpagos. Mientras estaba en su casa, el xocoyol lanzó un rayo sobre el ocote que lo había tenido prisionero y lo destruyó en mil pedazos. Luego puso sus alas en marcha y se desapareció en el cielo. Al día siguiente, el hombre se dirigió al bosque y llegó hasta el sitio donde había estado antes. Aquí no vio al niño, pero si un montón de leña apilada. Desde ese momento, el mismo contó la historia de los xocoyoles a sus conocidos y a sus descendientes.

Daniel Collazos

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