La leyenda del saludo al tesoro del nevado

Según cuenta el escritor mexicano Agustín Monroy Carmona, a finales de 1942, un estudiante llamado Gilberto invitó a su amigo a pasar las vacaciones en el rancho de su familia, que estaba cerca al Nevado de Toluca. Su amigo accedió con gusto y juntos realizaron el viaje caminando. El rancho había sido heredado de generación en generación y estaba circundado de un mundo completamente natural ajeno al ajetreo de las ciudades. Por esa razón, los dos chicos salían en las mañanas a caminar entre el monte, a cabalgar por la llanura o bañarse en las aguas calientes del manantial cercano.

En una de esas ocasiones, los sorprendió una mañana lluviosa, por lo que decidieron quedarse dentro del rancho. Para pasar el tiempo, decidieron subir a las galeras donde sus familiares habían guardado todas las cosas que ya no usaban. Así, descubrieron artefactos de distintas épocas, algunos de los cuales no supieron ni para qué servía. Pero uno de estos les llamó la atención sobre todos los demás. Se trataba de un cofre que tenía varios papeles escritos. Intentando dilucidar la historia de la familia de Gilberto, los dos jóvenes leyeron varios de estos documentos hasta que encontraron un pliego que tenía por lo menos ciento cincuenta años de antigüedad. Pese a que había sido escrito con lápiz, estaba tan bien conservado que todavía era legible. Este escrito contenía la siguiente historia.

En el año de 1760, Bartolomé Juan del Castillo confesaba que, habiendo sido el líder de los bandidos de la Sierra del Nevado, había dejado oculto un tesoro entre los parajes fríos de ese paisaje. Las indicaciones para llegar a este botín eran las siguientes: ir a la Cañada del Jicote allá en los Montes de los Estrada, en el lugar en donde se reunían dos cuerpos de agua, siendo uno chico y otro grande; allí se podría ver un salto, el cual escondía una cueva subterránea; la cueva tenía una puerta diminuta por la que apenas si cabría un hombre, puerta fácilmente identificable porque tenía una losa. Un segundo tesoro se podría encontrar en la misma cañada pero más arriba, en un lugar sin peña o costado donde crecían muchas plantas de otatillo; dirigiéndose al poniente hasta la cima del Espinazo, se debía caminar hacia la derecha cuesta abajo hasta llegar a un pequeño cerro con muchos árboles; uno de estos árboles debía ser un encino con dos brazos, uno que miraba hacia Zacualpan y el otro al veladero; en la tierra de ese árbol estaban escondidas ocho botijas de oro. Un tercer tesoro, robado al mismísimo virrey, se debía encontrar cerca del árbol, siguiendo una pequeña quebrada hasta un pequeño salto, donde se podría ver la entrada de una cueva.

Según narraba el mismo Bartolmé Juan del Castillo, había escondido el tesoro porque ya era anciano y no estaba bien de salud. Tampoco sentía ganas de gastarse el dinero porque lo carcomía la culpa de todos los crímenes que había cometido. Según se podía leer, el escrito estaba dirigido a su hijo, Paulino, quien había quedado huérfano de madre luego que esta muriera al darlo a luz. Pedía, por último, que se realizaran misas por él y por los bandidos que lo habían acompañado a lo largo de su vida criminal, pues sólo Dios podía perdonarlo por todo lo que había hecho. Así, los jóvenes se dirigieron por su cuenta y encontraron cada uno de los tesoros descritos, los cuales compartieron con sus familias. Los padres, al saber la historia, cumplieron con lo que pedía en la carta el bandido: hacerle misas en su nombre para que pudiera tener el descanso en paz.