Cuenta la leyenda que, a finales del siglo XII un valiente pastor ayudó a las tropas cristianas de Alfonso VIII en la reconquista de Cuenca, territorio que por ese entonces era gobernado por los moros. En esa época los rebaños de la ciudad eran llevados a pastar en régimen comunal. Tres pastores eran los encargados de tal tarea, entre estos estaba Martín Alhaja, joven que profesaba la religión cristiana en secreto. Una noche mientras caminaba de regreso con sus ovejas por la ribera del Júcar, el pastor vio una luz que se movía a lo largo de la orilla.
Intrigado por la luz, el joven se acercó hasta la orilla, en esta contempló a una hermosa señora que llevaba en sus manos un candil. La admiración que sintió al verla se convirtió en veneración al entender que esta era la Santísima Virgen, la cual le traía un mensaje del cielo: El Señor me ha enviado para decirte que estés prepárate, pues tú has de ayudar a los cristianos en la conquista de la ciudad.
El 20 de septiembre de 1777, un grupo de guerreros cristianos salieron del campamento para vigilar los caminos que conducen a la ciudad. Al tomar el curso del Júcar, observaron a unas mulas entrando al castillo procedentes de la sierra. Inmediatamente se apresuran a cerrarles el paso, pero llegan muy tarde. Desilusionados por el fracaso deciden regresar al campamento, en el camino encuentran escondidos en unos matorrales a un grupo de pastores y sus ovejas, a los cuales atacaron. Mataron a dos y cuando se disponían a matar al tercero, vieron que este estaba arrodillado con los brazos en cruz. El joven confesó que era cristiano y que había recibido un mensaje de la Virgen en el que se le encargaba ayudarles a entrar a la ciudad.
Tras cerciorarse de la veracidad de las afirmaciones del muchacho, los caballeros y el joven comienzan a organizar el plan para entrar a la ciudad. Martín Alhaja comentó a los caballeros que todas las noches el entra con sus ovejas por la puerta del Aljaraz (puerta de San Juan), la cual es custodiada por anciano y ciego guardián. En la entrada el guardián cuenta las ovejas palpándolas, para corroborar si los pastores han vendido alguna a los cristianos. Entendiendo como podrían escabullirse los guerreros avisan al campamento cristiano y esperan para ingresar a la ciudad. Durante la espera despellejan algunas ovejas, con cuyas pieles se cubrirán para entrar.
En la noche el rebaño guiado por Martín Alhaja se dirigió a la puerta de la ciudad, una vez ahí el guardián abrió la puerta y como acostumbraba palpó las ovejas, sin notar nada extraño. Entre estas estaban algunos de los guerreros del rey, los cuales al pasar el control atacaron al guardián, a los soldados que custodiaban la entrada y a los centinelas de las almenas. Después de esto gritaron para que los cristianos que se encontraban en la otra orilla del río se unieran al asalto. A las cinco de la madrugada, tras numerosos combates el Arráez moro se rindió
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