Las costillas del diablo y otras leyendas de Tepotzotlán

Tepotzotlán es una ciudad mexicana que anteriormente era muy dada a las leyendas pero que ha ido perdiendo esta tradición con el paso de los años, donde podían encontrarse relatos de duendes, lloronas, demonios, fantasmas, nahuales y brujas. Sin embargo, pocas historias eran tan famosas como la de las costillas del diablo. Según decían los narradores, en una ocasión el diablo quería llevarse una piedra volcánica que había encontrado en el suelo. Sin embargo, esta piedra se le resistía por lo pesada que era. El diablo tuvo que hacer mucho esfuerzo entonces para llevársela, por lo cual, habiéndola cargado contra su propio cuerpo, quedaron marcadas sus costillas sobre la superficie pétrea. Pese a su gran esfuerzo, este fue incapaz de poder llegar a sus dominios antes de que cantara el sol, por lo que tuvo que dejarla abandonada (pues según se cuenta, el diablo no puede estar en la tierra de día, sino solamente de noche).

Otra leyenda muy popular era sobre una campana muy extraña. Según decían las mismas personas que sostenían que bajo tierra había túneles secretos que comunicaban el Colegio Jesuita con las parroquias y las haciendas de los alrededores, mientras construía el templo de la ciudad se cayó una de las enormes campanas que ibas a ser puestas en la torre más alta. Las personas que estaban trabajando en la construcción intentaron desenterrarla, pero entre más se esforzaban por sacarla más se hundía esta. Por esta razón, sospechando que se trataba de una campana mágica, decidieron dejarla ahí. Mucho tiempo después, alrededor de 1914, los carrancistas llegaron a Tepotzotlán e intentaron desentrañar la campana de la tierra ellos mismos, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Al igual que a los trabajadores, entre más empeño tenían por sacarla, más se enterraba esta en las profundidades.

Una última leyenda, recopilada por el escritor mexicano Gaudencio Neri Vargas, dice que en los cerros que circundan Tepotzotlán se reunían las brujas frente a una hoguera a repartirse los lugares donde atacarían y luego salían volando por los aires en busca de niños pequeños a los cuales robarles la sangre. Las víctimas preferidas por estos monstruos eran los nenes que no estaban bautizados. Además de estas mujeres, podía verse también a un jinete con ropa negra y botonadura dorada, el cual cabalgaba sobre su caballo negro por los caminos de Tepotzotlán, lanzando chispas por el aire cuando los cacos del animal se estrellaban contra las piedras. Según parece, este caballero seducía a las mujeres codiciosas, exhibiéndoles su gran fortuna. Entonces las montaba en su caballo y las desaparecía para siempre.