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La piel del venado

La leyenda de la piel del venado (mitología maya)

Según narran los antiguos mayas, anteriormente la piel del venado a la que conocemos hoy en día. Esta era tan clara, que el animal podía vislumbrarse desde muy alto con gran facilidad. Por esta misma razón, era una presa fácil de cazar para sus depredadores, incluido el ser humano, quien adoraba el delicioso saber de su carne y la gran resistencia de su cuero, útil para fabricar escudos y prendas de vestir. A causa de esto, el venado estuvo a punto de extinguirse en El Mayab.

Un día, un cervatillo estaba bebiendo agua de un estanque cuando comenzó a escuchar voces extrañas que llegaban desde lejos. Miró hacia el lugar de donde provenían y se dio cuenta de que eran un grupo de cazadores que le estaban lanzando flechas.

Entonces el venado escapó tan rápido como se lo permitieron sus patas impidiendo que sus perseguidores lo alcanzaran. Pero una flecha voló más rápido que las otras y le atravesó una pierna. El ciervo tropezó y cayó en lo profundo de una cueva que estaba cubierta con matorrales. Los cazadores siguieron de largo y no pudieron encontrar al animal.

Dentro de la cueva, el venado se encontró con los tres genios que vivían ahí, quienes se acercaron al escuchar cómo el animal se quejaba por la herida y los golpes que había sufrido en la caída. Compadecidos, los genios curaron sus heridas y le dejaron quedarse por algunos días mientras sus cazadores dejaban de buscarlo. Como se sentía completamente agradecido con sus cuidadores, el cervatillo no paraba de lamerlos, con lo cual se ganó su cariño. Cuando estuvo completamente sano, el venado fue detenido por los genios cuando planeaba irse. Uno de estos le dijo que pidiera un don y ellos se concederían. Luego de pensarlo por unos minutos, el venado pidió que los de su especie estuvieran protegidos contra los ataques de los humanos.

—Claro que podemos ayudarse —afirmaron los genios. Entonces lo acompañaron hasta la salida de la cueva, y uno de ellos cogió un puñado de tierra y se la abalanzó sobre el lomo. Mientras tanto, otro de los genios le pidió al sol que utilizara sus rayos para cambiarle de color la piel al animal, y así lo hizo este.

A partir de esto, la piel del venado se oscureció hasta tener el mismo color que la tierra y le quedaron unas cuantas manchas como el color de la cueva donde fue protegido. Luego de esto, el tercer genio le dijo que ya todo estaba listo, pero si era nuevamente atacado por los humanos, podría entrar y protegerse en cualquiera de las cuevas de El Miyab. Y desde entonces, los venados tienen el color con el que hoy lo conocemos.
Daniel Collazos

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