Cuenta la leyenda, que en la Ciudad de México vivía un sacerdote y su ama de llaves en una hermosa iglesia. Pese al tiempo que habían pasado juntos, el herrero, que era buen amigo del capellán, desconfiaba de la mujer y se lo dijo al sacerdote un día en que estuvieron solos. El herrero le insistía en que la despidiera, pues aseguraba que su actitud era sospechosa y varias veces la había encontrado rebuscando entre los cajones y en las habitaciones que se suponían prohibidas. Y entonces, una noche llamaron a patadas a la puerta del herrero. Al salir a ver de qué se trataba, se encontró con dos hombres fornidos que traían consigo una mula. Estos le suplicaron para que le pusiera herraduras a la mula, pues la necesitaban para que el sacerdote pudiera hacer un largo viaje que le habían encomendado. El herrero accedió y le puso las herraduras a la mula en sus cascos. Entonces los dos hombres se fueron con el animal, castigándolo violentamente de vez en cuando. El herrero vio esto desde su puerta y quedó con la intriga por el resto de la noche.
Al día siguiente, el herrero, con los ojos somnolientos por no haber podido conciliar el sueño durante la noche, fue hasta la iglesia donde vivía el cura. Ya ahí, tocó a la puerta por largo rato sin que nadie atendiera a su llamado. Al tiempo, el sacerdote por fin salió con los ojos también agotados, porque había pasado mala noche.
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