La leyenda de Fura-Tena

Leyenda de origen indígena del altiplano cundiboyacense. La tierra estaba cubierta de flores y frutos de toda especie, pero se encontraba desolada porque los seres humanos no existían. El dios Are, que regía los destinos de la Tierra, se percató de la obscuridad de ésta y decidió crear humanos. De la orilla de un caudaloso río tomó dos largos juncos y con el soplo divino los convirtió, a uno en hombre, y en mujer al otro. Los llamó, respectivamente, Fura (macho) y Tena (hembra). Les encomendó reproducirse y poblar la Tierra; no tenían que preocuparse por nada; no conocerían ni el dolor ni la muerte y sí dichas sin límites.

La condición para ello era la jurarse fidelidad. Luego de formular esta exigencia, Are desapareció en los confines cósmicos, rumbo a su morada celestial. Fura y Tena se enamoraron locamente el uno del otro. Y ese amor se consumó. Tena abandonó a su esposo por un tiempo y cuando volvió él supo que le había sido infiel. Las arrugas y el marchitamiento de la cara de Tena y de su cuerpo no dejaban duda alguna de que ella había violado el mandato del dios Are. Su inmediata reacción fue la de quitarse la vida; abriéndose el pecho. Su mujer, desesperada, lo tomó en sus brazos y, según la costumbre, lo colocó sobre las rodillas durante ocho días, sin desampararlo.

La envejecida Tena, lloraba incansable. Y por voluntad de Are, esas lágrimas iban convirtiéndose en hermosas esmeraldas al entrar en contacto con la boca de Fura. De este relato se cree que nacieron las esmeraldas.