La leyenda de la Cruz de Santa Catarina

Según cuentan los ancianos, en México vivía un anciano de nombre Juan Rodríguez de Berlanga. A medida que fue pasando el tiempo, todos los familiares de Juan fueron falleciendo uno por uno, hasta que quedó completamente solo. A pesar de esto, el hombre si mostraba una sonrisa en su cara. Debido a su soledad, la casa en la que vivía Juan se encontraba en completo estado de abandono. El huerto que rodeaba el edificio se había convertido en un jardín de plantas moribundas. Aun así, pese a los pocos recursos con los que contaba, el anciano ansiaba erigir una Cruz en la Iglesia de Santa Catarina. Se sentía inspirado por las múltiples cruces que se habían levanta en todo México, tanto en iglesias y catedrales, como en edificios y plazas. Así, recordaba con gusto las cruces de Mañozca, construida en Tepeapulco; la de Santiago Tlatelolco; y la que habían traído desde el convento de San Francisco, cuya madera provenía de Chapultepec o Moctezuma.

Así pues, el viejo Juan Rodríguez pensaba para sí que construiría una gigantesca cruz en la iglesia de Santa Catarina, donde habían sido bautizados sus padres, su esposa y sus más cercanos. Pensaba, además, que en la iglesia se encontraba el alma del maligno Tezontlalamacayocan, pues no había ninguna cruz que protegiera la casa de Dios. De todas maneras, luego de estas cavilaciones, Juan Rodríguez recordaba que no tenía dinero para hacer semejante acción, pues ni siquiera podía mantener el huerto que tenía frente a su casa. Incluso debía dinero, pues tuvo que pedir prestado para intentar salvar a su esposa y luego para enterrarla. Así, habiendo comprometido su casa y el huerto, solamente le quedaban dos viejos perales para subsistir. No obstante, en medio de aquella incertidumbre tuvo una idea: construir la cruz con la madera de los perales.

De tal manera que tuvo que pagarle al carpintero con los frutos que daban los mismos perales, pero consiguió tener la cruz lista para colocarla en la iglesia. Entonces la llevó hasta el templo y erigió la cruz en el atrio de Santa Catarina. Aun así, Juan Rodríguez seguía insatisfecho y pensó que sería mejor construir una cruz de hierro para ponerla en la torre de la iglesia. Fue por esta razón que el pobre Juan vendió lo último que le quedaba y consiguió que le construyeran la cruz que quería. Habiendo instalado esta nueva cruz, Juan se sintió completamente satisfecho al observar desde afuera la imponencia de las dos cruces. Para observar la última más cerca, pues ya la visión le estaba fallando por la edad, Juan se encaramó en la torre de la iglesia, arriesgándose a caer al vacío. Teniendo los pies en el filo de la torre, el anciano comenzó a pensar en su madre una vez vio la cruz de cerca. Se encontraba repitiendo una oración que le había enseñado su madre cuando el anciano cayó. Sin embargo, la cruz de madera que había puesto en el atrio se extendió hacia a él e impidió que su caída fuera mortal. El viejo fue rodeado por los brazos de la cruz como si se tratara de su madre, y todo México pudo ver la escena al día siguiente, cuando el anciano seguía durmiendo entre la madera de sus perales.