Según cuentan los más sabios, antes de que existieran los días en el mundo, los dioses se reunieron en Teotihuacan para discutir sobre cómo se traería la luz al universo, pues todo estaba oscuro. Viendo que todo lo que debía ser iluminado era tan grande, dicha misión sólo podría ser cumplida por un dios.
—¿Quién va a alumbrar este mundo? —preguntaron los dioses casi en coro.
—Yo lo alumbraré —contestó Tecuciztécatl, el arrogante dios de la soberbia.
Viendo que se necesitaba más de un dios para iluminar todo cuanto existía, los dioses pensaron que se necesitaba a alguien más para esta labor.
—¿Quién más piensa alumbrar el mundo? —preguntaron.
Los dioses se miraron unos a otros sin que ninguno se ofreciera a ello. Así estuvieron un largo rato, en medio del miedo y la indecisión, hasta que se escuchó una voz anónima que dijo:
—¿Por qué no te ofreces tú, Nanahuatzin?
Este era un dios humilde, silencioso y poco agraciado que no solía buscar problema con nadie. Así que al escuchar su nombre y ver que los demás asentían con sus cabezas, aceptó la misión de iluminar la tierra. Antes de poder cumplir con este encargo, los dos dioses debieron hacer penitencia para estar completamente puros antes de su sacrificio. Así, luego de cuatro días, los dioses se reunieron nuevamente, esta vez frente a una hoguera. Todos se sentían expectantes, pues estaban a punto de presenciar cómo se sacrificaban dos de sus compañeros para el bien del mundo.
—¡Entra de una vez, Tecuciztécatl! ¡Entra al fuego! —gritaron los demás dioses cuando lo vieron titubear frente a la pira.
Este hizo el intento de sumergirse en las llamas, pero retrocedió rápidamente porque tuvo miedo. Lo intentó cuatro veces nuevamente, pero no fue capaz de lanzarse a las llamas. Cansados de esto, los dioses comenzaron a darle ánimo a Nanahuatzin.
—¡Entra tú, Nanahuatzin! ¡Métete al fuego! —le decían todos para llenarlo de valor.
Este dios, a diferencia de Tecuciztécatl, simplemente cerró los ojos y se arrojó al fuego. Avergonzado porque el otro lo había hecho sin aspaviento, Tecuciztécatl se aventó también para redimir su cobardía. Luego de esto, los demás dioses vieron cómo un destello les llegaba desde el este. Entonces comentaron:
—Por ahí saldrá Nanahuatzin convertido en Sol.
Y así fue. Al ser el primero en arrojarse, se convirtió en una enorme masa de fuego y luz que nadie podía ver directamente, pues hería la mirada con su luminiscencia. Esta era tal, que consiguió iluminar todo el mundo existente, que anteriormente estaba cubierto de tinieblas
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