Según se cuenta, un grupo de guerrilleros se encontraba deambulando por un llano seco e inhóspito en busca de un rancho o un lugar donde descansar. Junto a ellos iba el comandante de la guerrilla, cabalgando sobre un caballo fino, la camisa roja y el sombrero bordeado de oro y plata, el sarape entre las piernas y la pistola en la cinta. En medio del polvo se veían las banderas rojas ondeando en el aire y se escuchaba de vez en cuando el canto de algún compañero cansado. Tras de los hombres, van quedando las huellas de sus caballos y una estela de polvo que se desvanece en la nada. Al rato, uno de los caballos relincha al sospechar próxima una morada, y un perro le contesta en la lejanía con un ladrido. Estando más cerca, las personas del rancho salen y se encuentran a los combatientes. Por fin pueden descansar.
Caída la noche, se enciende una hoguera frente al rancho y los soldados se miran las caras agotadas. Poco a poco se van animando y cada uno canta una canción sobre lo que tiene dentro: amores perdidos, ausencias de seres queridos, luchas que no acaban. A medida que se apagan las voces y el brillo de la fogata, se desliza entre la maleza el gemido del viento. Los guerrilleros están tendidos sobre el suelo durmiendo, salvo un vigía que permanece alerta. Y es entonces cuando un rumor rompe el silencio y comienza a acrecentarse a medida que va acercándose. El vigía tiene miedo y quiere despertar a sus compañeros, pero el ranchero lo detiene. Sabe qué es lo que produce tal ruido, lo ha oído antes. Con una mano sujeta el brazo del soldado y con la otra le señala el camino junto al rancho, por el cual se ve un caballo desbocado. Su carrera es tan salvaje, que desprende la maleza de la tierra y lanza chispas al aire cuando sus cascos chocan contra las piedras de la tierra. Al cabo de un tiempo, el animal desaparece en el horizonte.
El guerrillero tiembla de miedo y el ranchero recuerda que él también sintió pavor la primera vez; pero poco a poco, todos los pobladores de la llanura se acostumbraron a esa bestia y la apreciaban ahora con calma. Para que no olvidara lo que había pasado, el ranchero le contó la historia que a él mismo le habían contado antes. Hace mucho tiempo, aquel valle desolado y desértico en el que estaban era un campo lleno de flores, árboles frutales y hermosos animales silvestres. El suelo desértico era por aquel entonces verde y estaba atravesado por varios ríos cristalinos. A aquel paraíso vinieron un viejo pastor y su bella hija, quienes construyeron una casa donde vivir en cuestión de días, como si se tratara de magia. Lo mismo pasó con sus ovejas, que pasaron de ser pocas a muchas. Esto se debía a que el viejo era amigo de las brujas del lugar, de las cuales se podía escuchar sus carcajadas en las noches más silenciosas. También podían escucharse llantos y gritos desesperados, porque las brujas sacrificaban niños pequeños al demonio, o es decían quienes pasaban por ahí.
Si bien el viejo estaba inmerso en el mundo de la hechicería, la joven era cristiana y permanecía pura ante cualquier vestigio de maldad. No obstante, se sentía triste y solo porque su belleza provocaba la envidia de los demás. Enterado de su existencia, el demonio se enamoró de ella y la pidió en matrimonio a su padre. Este no dudo ni un instante y le prometió a su hija. Así, el día señalado, se reunieron en el lugar de la celebración todos los demonios, las brujas y las bestias infernales. Era tanta la algarabía, que nadie pudo dormir esa noche, ni siquiera la joven. Esta permanecía en su alcoba con un crucifijo apretado contra el pecho. Entre lágrimas, le pedía a Dios que le diera protección ante cualquier mal. Y en esas se encontraba cuando escuchó que alguien abrió la puerta. Con los ojos cerrados, la joven siguió rogando por ayuda divina mientras un desconocido la llevaba entre sus brazos. Cuando llegó al lugar de la boda, ningún monstruo se acercó a ella porque la escucharon rezar y pronunciar el nombre de Dios. Como le temían al crucifijo, su padre se lo arrebata y lo lanzó por los aires. Entonces la joven corrió despavorida sin dejar de rezar, sintiendo tras de sí los pasos de su padre. En medio de la llanura y la persecución, la alcanzó un caballo blanco que se rindió a sus pies. La joven saltó sobre el lomo del animal y juntos se perdieron entre la llanura. Los demonios que tenían alas, intentaron alcanzarla con su vuelo, pero el cielo se llenó de relámpagos y pronto cayó una lluvia de fuego que acabó con todos los árboles, las plantas y los rebaños del pastor. Al ver esto, todos los demonios huyeron despavoridos y se exiliaron en el fondo de la tierra.
Cuando amaneció, la joven se encontraba rezando en una iglesia de México, muy lejos de la llanura. Entonces la gente comprendió que se trataba de un milagro, porque no hubiera podido llegar tan lejos por sí misma. Y fue ahí donde el ranchero terminó su cuento, justo cuando comenzaba a amanecer. Los guerrilleros se pusieron en marcha entre la llanura desierta y el vigía le hizo notar a su comandante las piedras quemadas que iban pasando en su camino. Así comprendieron por qué se llamaba el Llano del Diablo.
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